Por Frank Kotermann
Quedan poquitas horas para que se despida el año que vivimos en la cuerda floja. Ciertamente la peste ha sido y continurá siendo una maldición universal hasta que el 80% del planeta esté vacunado con la que acierte mejor entre la diversa oferta comercial que hace soñar con una vida que – en cualquier caso – no será la que conocimos hasta hace un año. Si el doctor Martínez aún espera mayores certezas ¿qué podemos agregar el resto de los mortales? Sebastián no hizo nada distinto a lo presumible cuando llegó a pintar el mono para recibir el primer pequeño envío de vacunas como si fuera un logro personal. Lo extraño hubiese sido austeridad para quien sobrevive sólo ante las cámaras de televisón.
Su inagotable performance mediática es lo que único que sobrevive del gobierno ausente que tocó fondo el 2020. En estos días se multiplican, hasta el agote, las escenas que marcaron un año que, lamentablemente, no será para el olvido. Imposible para una mayoría que lo pudo soportar al extremo de financiar la sobrevivencia con el consumo de sus propios fondos previsionales. Miserables, pero los únicos existentes para un futuro amenazado por más miseria de lo imaginable.
soportar al extremo de financiar la sobrevivencia con el consumo de sus propios fondos previsionales.
Sebastián, no hace tanto, especulaba (vaya novedad, dirá usted) con dirigir un país oasis en un continente despreciado por su entorno ministerial de millonarios ignorantes de lo que se vivía más allá de ocho manzanas y que se sorprendió con las hordas de miserables y “alienígenas” protestantes que brotaban en millones por la capital y regiones.
Del oasis pasamos en pocos meses – ignorancia, ineptitud y displicencia mediante – al top ten de contagiados por el maldito virus a nivel mundial (en relación al número de habitantes, cálculo simple eludido primero por Mañolich y luego por el chicoco buena persona, pero campeón de los “chupamedias” de quién lo pasó a una fama que hoy lo engrandece más de lo conveniente) en el país donde el encargado de la Hacienda obedece sordo y ciego a Sebastián que, concentrado en sus negocios personales de futuro, desprecia las reservas fiscales a que la mayoría de los gobiernos decentes del planeta, y algunos no tanto también, recurren para la sobreviencia de una población castigada por los efectos devastadores de la pandemia en la economía.
Ráscate con tus uñas y si te contagias es por pavo y no emplear bien la mascarilla. Mientras tanto manga ancha con el transporte a las segundas viviendas y las ventas descontroladas del comercio urgido de liquidez en los días previos a navidad. Si aumenaron exponencialmente los contagios en estos últimos días: gajes del oficio para un gobierno ausente y bueno para las fotos en cadena.
¿Cuántos conocidos y familiares suyos no pudieron sobrevivir este 2020 para contarlo? Un número frío más para las cuentas públicas y las arrugas inocultables de Sebastián.
Hace algo más de 33 años (1987) visitó Chile el Papa Juan Pablo II. No fue una visita calma para el dictador apoderado del país todavía. Entonces se popularizó un dicho que cundía en los lugares visitados por el pontífice: “Santo Padre: llévatelo”. A la hora de despedir este mal acontecido 2020 el impulso irresistible es gritar al infinito, pensando en Sebastián, quién nos habrá deseado por TV lo mejor para el año que viene: “Llévatelo”…
Lo más probable, como ocurrió entonces con Augusto José Ramón, es que al día siguiente no nos quede más que recibir el 2021 exclamando “Se te quedó”…
Para ustedes un abrazo sincero con el deseo de un fin de época maldita…
Afectuosamente,
Frank Kotermann