Por F. Kotermann
Aunque no lo es, haré como si fuera simple retomar la pluma después de casi un cuarto de siglo fuera de Chile. Sólo la pluma porque la conexión con esta delgada franja de tierra jamás la he perdido. Emigré voluntariamente cuando descubrí que el destape postdictadura que imaginé como tantos otros, incluidos los entonces jóvenes periodistas de revista APSI (espero no lo hayan olvidado), no se produciría en medio de tanto amarre pactado. Siempre fui poco tolerante con las frustraciones además de deslenguado. Con el paso de los años recorriendo el planeta y varias terapias mediante lo deslenguado es, quizás, lo único que no he perdido.
Vuelvo en plena inmadurez, asumida sin vergüenza pese a que bordeo la edad que acaba de cumplir Sebastián Piñera – el que me visitó con frecuencia durante mi estadía en New York (NY) – con quien mantuve correspondencia hasta fines de septiembre pasado, aún orgulloso él de su liderazgo mundial y próximo al sueño de encabezar los dos grandes encuentros planetarios en el oasis de la copia feliz del edén.
con quien mantuve correspondencia hasta fines de septiembre pasado, aún orgulloso él de su liderazgo mundial y próximo al sueño de encabezar los dos grandes encuentros planetarios en el oasis de la copia feliz del edén.
No lo culparé a él de haber yo retornado precisamente en pleno estallido social a las callecitas de Santiago. La otra opción que evalué, al no poder seguir soportando la cercanía del descerebrado de Donald Trump, fue Uruguay, imaginando que seguiría en el gobierno el Frente Amplio. Soy algo bruto, pero no me cuesta reconocer mis yerros.
Debo decir que sí me costó asumir que la cabeza (me refiero al cerebro) de Sebastián esté tan dislocada y frágil, al límite de responder mis amigables mensajes con un par de instrucciones sobre qué hacer y no hacer en mi anunciado retorno a Chile. Como soy tan inmaduro como desobediente – no se vaya a pensar que volví por las ofertas de asesoría comunicacional que me hizo para la APEC -y no le debo nada a nadie, si tomo la pluma es para deslenguarme como lo hice siempre.
Debo decir que sí me costó asumir que la cabeza (me refiero al cerebro) de Sebastián esté tan dislocada y frágil, al límite de responder mis amigables mensajes con un par de instrucciones sobre qué hacer y no hacer en mi anunciado retorno a Chile.
Reconozco que ha sido de dulce y agraz haber comprado anticipadamente un sobrio departamento con mirada privilegiada a la entonces conocida como Plaza Italia. La cercanía al río y el Parque Forestal marcaron una tentación mayor que creció en cada una de mis breves visitas de estos años a esta capital nunca olvidada.
Nunca imaginé que mi adorada bicicleta, sostén de una ya algo disminuida musculatura, se iba a transformar en tan vital e indispensable, al punto de cruzar la capital en ella para saludar simbólicamente el cumpleaños de Sebastián el reciente domingo. Digo simbólicamente porque el oficial de Fuerzas Especiales, al que le mostré mis fotos archivadas en el celular con Sebastián disfrutando en NY como testimonio de que no era yo un manifestante cualquiera, me ladró amenazante más aún cuando no me resistí a responderle con una ironía, en inglés, respecto de su metalizada vestidura. Que quede el testimonio que no me olvidé de su cumpleaños, siempre fui atento con él los 1 de diciembre.
Nunca imaginé que mi adorada bicicleta, sostén de una ya algo disminuida musculatura, se iba a transformar en tan vital e indispensable, al punto de cruzar la capital en ella para saludar simbólicamente el cumpleaños de Sebastián el reciente domingo.
Obsesivo y ansioso he intentado comprender lo que está pasando en el que, pienso, será mi último domicilio antes de emprender el viaje final que nos espera a todos, incluido Sebastián, quizás a dónde. Nunca había visto a tantos chilenos juntos pese a que estuve en las protestas de fines de los ochenta y en el plebiscito del No. Tantos y tantos días seguidos, nunca me habían conversado así. Descubrí que ahora chilenas y chilenos hablan más que antes, tengo ya una decena de amigos nuevos, tres me han invitado a sus casas y organizo un encuentro para las próximas semanas en mi departamento.
Que quede el testimonio que no me olvidé de su cumpleaños, siempre fui atento con él los 1 de diciembre.
Conversando he aprendido más que mirando la televisión. Los primeros días me informaba por los canales extranjeros y las fatigantes pero imprescindibles redes sociales, con alguna experiencia acumulada para separar la paja del trigo, como aconseja el médico Sotomayor, uno de mis amigos de la calle. De las radios algo más se rescata, de los periódicos mejor no hablar, igual o peor que en los noventa. Si hablar de camino al desarrollo parece una burla en el país campeón de las desigualdades, hacerlo de democracia con esta realidad de medios de prensa resulta grosero.
Conversando he aprendido más que mirando la televisión.
Debo decir que buena parte de lo que escucho de connotados voceros políticos me reitera esa sensación de fatiga temprana que me hizo partir de Chile a mediados de los noventa. Pero muy poco de aquello parece corresponder a lo que veo y escucho desde mi posición privilegiada en esta ciudad algo hecha mierda, como repite con sorprendente sobriedad el profesor Morales, otro de mis nuevos amigos capitalinos.
Debo decir que buena parte de lo que escucho de connotados voceros políticos me reitera esa sensación de fatiga temprana que me hizo partir de Chile a mediados de los noventa.
Como disparo al voleo – me lo repiten los viejos amigos – puedo equivocarme y deberé aprender mucho de este nuevo Chile. Por ejemplo, aún no me logro imaginar la realización del plebiscito a que convocan varios alcaldes. Que no lo califique el Servicio Electoral me parece insólito y dudoso que participe la población si no es obligatorio, en circunstancias que la policía ni los militares imponen respeto en barrios y ciudades del país. Son todas preguntas que me quitan el sueño, que afortunadamente llega al sabor del buen tinto que vuelvo a disfrutar como en mis años mozos.
Será hasta la próxima si es que estos editores no me hacen la desconocida por estos exabruptos.
Con saludos a mis nuevos amigos de la Plaza de la Dignidad.
Frank Kotermann