El sexo, la peste y los viejos Lo que nadie dice, pero el viento grita. Por Cristina Wormull

por La Nueva Mirada

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños,
porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero.
No te rindas, Mario Benedetti (fragmento)

Desde que por allá a mediados de marzo empezó el bicho a jodernos la vida, desde ese entonces mi inquisidora mente…. perversa a veces… pero las más de ellas, lúcida, empezó a pensar no en el miedo a contraer el virus, esta peste del siglo veintiuno…sino en las carencias, y, más específicamente, en la ausencia del sexo diario, semanal, mensual u ocasional.  Este bicho ha venido a respaldar a todos aquellos conservadores que piensan que el sexo es algo que solo debe darse entre parejas formales, ojalá bendecidas por dios, con un único objetivo: la procreación y le ha dado la bienvenida a este castigo para todos aquellos que piensan, como yo, que el sexo es una necesidad de la especie, como el hambre o la sed y que por eso dios o el creador, o quien sea, no nos dio como a la mayoría de los animales un período de celo en el año para reproducirnos, sino que nos bendijo con el deseo permanente, con la perenne necesidad de tener sexo para aproximarnos a la felicidad.

Y desde entonces, me pregunto qué pasa con la multitud de adolescentes, jóvenes y adultos jóvenes que no viven en pareja, pero a los que les zapatean la hormonas cada día… pero sobre todo, no he dejado de pensar en los adultos que la sociedad llama “mayores”, sin respeto alguno por su experiencia, sus necesidades, sus sueños, sino para descalificarlos en todos los sentidos, rebajándolos a seres sin deseos, sin sueños, sin necesidades, salvo las de mantenerse con vida.

Indudablemente, no hay mención ni pensamiento alguno sobre su sexualidad que, ni siquiera, obtiene una mención entre las carencias de dicha edad. Nuestra cultura construyó al viejo como un sujeto que debe ser sobreprotegido por una debilidad física que lo inhibe a nivel de su propia autonomía y sus propios deseos. Se piensa la vejez desde el plano de la necesidad física, donde lo importante no es el goce, sino el cuidado y la protección para que un organismo se mantenga con vida. Cuando piensa en un viejo, piensa si está sano o enfermo, no si lo está pasando bien. Y esa es una mirada terrible con la que hay que romper. Traer el erotismo a la tercera edad es reivindicar a este sujeto de derecho que quizás tiene más que nadie el derecho a gozar, justamente porque no le queda tanto tiempo. Cuando pensamos en un adulto mayor con un fuerte erotismo, nos salimos de un lugar de sobreprotección y lo comenzamos a ver como un adulto. Y entonces visualizo la vida de todos aquellos adultos mayores (según el Senama, un tercio de los chilenos y chilenas de tercera edad tienen una vida sexual activa) que durante meses y meses han sido confinados a sus hogares sin más meta que “proteger” su salud y sin pensar que quizás los estamos condenando a la más tremenda de las infelicidades y, por ende, a enfermarse mentalmente.

La vida de la pandemia es difícil para todos. Pero para las personas solteras, para las personas mayores (muchos viudos o viudas con parejas ocasionales), la posibilidad de salir y tener sexo —mientras practican el distanciamiento social con el fin de evitar una enfermedad respiratoria posiblemente mortal— parece imposible.

¿Cómo tener citas sin tocarse ni besarse? ¿Cómo tener sexo sin respirarle en la cara a tu pareja y ponerse los dos en riesgo? De acuerdo a las recomendaciones de diversas entidades de salud internacionales, las personas deben tratar de encontrar alternativas creativas al sexo tradicional, como juguetes sexuales, masturbarse juntos y fiestas sensuales en Zoom, o tratar de “agregar un poco de perversión”, sugiriendo, entre otras cosas, algunas que suenan ridículas como que la gente puede evitar el contacto cercano teniendo sexo a través de agujeros en las paredes u otras barreras.

La abstinencia durante toda la pandemia no ha funcionado ni funcionará. No puede pedirse a las personas que dejen de ser humanas.

La modificación de los estereotipos existentes ayudaría a que la gente tenga más relaciones, más libertad para expresar sus necesidades, pero también hay que pensar una campaña de educación para el conjunto social, no solo para la tercera edad, porque la influencia que tienen los hijos sobre sus padres, especialmente sobre sus madres, es tremenda. Y tiene más que ver con elementos implícitos, visuales. Tenemos que empezar a acostumbrarnos a que en la novela haya una señora de 80 años que se enamora y para ello es recomendable ver películas y series como Las chicas de la lencería, Nube 9, Grace and Frankie, El Regalo. Debemos ver a los viejos no como gente excepcional, sino de una manera más normalizada. Esto es fundamental para pensar que la vejez no es un tramo que nos divide, sino que somos más o menos los mismos con algunos años más.

Para terminar, como soy curiosa y me gusta indagar en los temas sobre los que me pregunto y luego escribo, he conversado con numerosas personas y he llegado a la conclusión que es inmenso el número que ha infringido la ley durante el confinamiento visitando a parejas y usando para ello los diferentes permisos a los que se puede acceder en tiempos de cuarentena (tres horas para obtener suministros bastan para un encuentro que palie la abstinencia).  Otros se las ingenian para pedir un permiso un día, alojar con su pareja y solicitar otro para retornar a su domicilio al día siguiente.  Ahora que se está volviendo a una cierta normalidad, muchos de ellos han retomado el contacto habitual y, por supuesto, no a través de muros.  Y, como siempre, lo que estoy diciendo aquí es algo que todos saben, pero nadie habla ni comenta, manteniendo la hipocresía habitual de nuestro país sobre los temas que nos incomodan. Pero, citando a Mario Benedetti, quien celebra su centenario, los convoco a no olvidar estos versos con los que cierro esta crónica.

Porque existe el vino y el amor, es cierto,
porque no hay heridas que no cure el tiempo,
abrir las puertas quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.
Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos,
No te rindas, Mario Benedetti, fragmento.

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2 comments

Sergio Del Solar Sepúlveda septiembre 17, 2020 - 12:10 pm

Excelente artículo, que rescata verdades que se pretende ignorar bajo el manto del silencio. La autora despliega frente al lector una sabiduría íntima y reivindica la dignidad del adulto mayor como un ser autónomo y autovalente, con una intimidad a ser respetada. Aún perdura la idea antigua en la imagen del viejito o la viejita.
Los versos de Benedetti al callo con lo expresado.

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Carmen Tornero Silva septiembre 22, 2020 - 9:17 am

Que buen tema y que bien expresado, cómo siempre la escritora da el el clavo de lo que no se habla ni considera

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