Por Frank Kotermann
Se toma la pastilla y no me escucha. Me cansé dice Cecilia cuando conversamos brevemente por celular – no es buena hora, me explica – mientras en la pantalla durante el capítulo final del esmirriado ciclo de “A esta hora se improvisa” Sebastián se repite a sí mismo con ojos algo extraviados entre tantos(a)s panelistas que cruzan agotamiento, paciencia y alguna obsecuencia que aprovecha el ya gastado conductor jugando al periodismo con sandeces esperables.
Es tarde y asumo que el doctor Martínez se aproxima al buen dormir escuchando a Mozart y no me perdonaría interrumpirlo por mi obsesiva tontera de comentarle el comportamiento de Sebastián, aunque justifique mi imprudencia por la breve conversación con Cecilia. Lo dejaré para el café de mañana mientras intento imaginar el proceso íntimo de Sebastián respondiendo preguntas diversas con una misma respuesta, autorreferente, aparentemente receptiva a los cuestionamientos ineludibles a una realidad que lo tiene K.O hace meses y que su verborrea circular y agotadora no puede esconder.
Es el patético escenario de un imaginario presidente que sólo se da gustitos fáciles como reiterar que Desbordes puede decir lo que quiera, pero el que toma las decisiones es él. Gratuita demostración de mando cuando sabemos que el ex gendarme ya decidió abandonar el gabinete para apostar a sus pretensiones presidenciales. Después de Sebastián sale barato autoproclamarse aspirante a La Moneda. Para muestra sobran botones… ¿o no dice usted?
La tontera humana ha crecido en las esferas del poder del planeta al ritmo de la pandemia que no da tregua y se manifiesta también en las sandeces cotidianas que escuchamos respecto a las vacunas que crecen cual espejismo en un desierto de reflexión científica que aporte certezas, mientras crecen los contagios y nuestro pequeño Paris se va desvaneciendo como un despistado más del lote ministerial cuesta abajo en la rodada.
No escondo el juego que hice mientras observaba a Sebastián en su patética performance televisiva. Repitió treinta y nueve veces la palabra populismo y /o populista, asociada a extremistas violentos, asignándole el origen de los mayores males que padecen los chilenos como si de allí hubiese surgido una mayoría siniestra que, de la nada – como un terremoto o la misma pandemia- protagonizó la protesta social que en un dos por tres terminó con su programa de gobierno y, de pasada, con un lote de ineptos, pijes y siúticos amigos de Sebastián de los que hoy reniega como acostumbra hacerlo escupiendo al cielo. Todo mientras coquetea con un supuesto misterio de su voto en el plebiscito que impuso con un 80% la voluntad de un cambio constitucional, por cierto, muy lejos de los sueños de grandeza con que Sebastián regresó a La Moneda.
Respecto de la reacción que algunos hubiesen querido de sus contertulios ante tanta estupidez reiterada – sobre migrantes, la demanda mapuche, corrupción policial, descrédito de la política, reiterando incomprensión de su “inmensa” ayuda a los sectores más postergados y otros etcéteras – no le pido peras al olmo y creo que el sueño y la lata ganaron en esta desventurada aparición de la que mi apreciada Cecilia debe haber soportado los efectos de una pastilla que no podía conseguir lo imposible.
Más de un año con este pastelito en La Moneda no es algo menor. Todo parece indicar que Sebastián continuará batiendo récords superando toda expectativa y paciencia. Aleluya hermanas y hermanos.
Sigan cuidándose,
Hasta la próxima
Frank Kotermann