Generalmente desquiciado

por La Nueva Mirada

Por Frank Kotermann

Me lo advirtió el galeno Martínez. Sebastián no se fondearía los días de fiestas patrias y los resultados quedaron a la vista afectando la ya escasa paciencia de sus víctimas. Así no más ocurrió y la primera en soportar la vergüenza ajena volvió a ser Cecilia. Todo se comenzó a desatar el sábado 19 con la dosis recargada de ansiolíticos que le terminaron pasando una cuenta mayor al ya saturado Sebastián.

Partió temprano a la Escuela Militar en lo que consideró una exigencia menor y algo aliviadora en comparación a las paradas militares anteriores. El día antes calculó el tiempo para sus palabras dirigidas esencialmente a la llamada familia militar – en sus más diversas acepciones – y como suele hacerlo recurrió a Google, buscando alguna joyita, como cita para el bronce, con la que sorprender a sus escuchas uniformadas y a las obligadas autoridades civiles seleccionadas para acompañarlo. El resto lo debió ver por la tele con una hastiada disciplina de funcionarios obedientes.

Pero aquel día el cerebro sobre exigido de Sebastián tenía otra ansiedad esencial que lo obsesionaba quitándole el sueño y distrayéndolo más de lo habitual. El jueves 17 había llegado sorpresivamente al cercano restaurant Miraolas, del Paseo Mañío en Vitacura, para encontrarse con Ignacio Cueto y tener información de primera línea del pendiente financiamiento de U$2.500 millones para Latam, por la que rondan intereses en que Sebastián aún tiene paño por cortar. Las noticias al día siguiente no fueron las mejores acentuando sus tics descontrolados presagiando el traspié verbal que lo llevó a superar sus propias marcas con un craso error no forzado que terminó descomponiendo la ya esmirriada celebración de las fuerzas armadas.

Porque, como le explicaba el doctor Martínez a nuestra joven profe del segundo piso, que Sebastián diera por muerto al coronel (en rigor, Brigadier General) Pedro Lagos en la heroica toma del Morro de Arica el 7 de junio de 1880, – donde efectivamente combatió dirigiendo las tropas pero sobreviviendo con gloria, para fallecer enfermo del hígado en Concepción, el 18 de enero de 1884 – fue algo más que un error imperdonable ante las huestes militares, por pocas que estuvieran ese día en la Escuela Militar para conmemorar las Glorias del Ejército de Chile. Pasó a la categoría de estupidez mayor, impresentable e injustificable para el más alto mando de la República.

Qué duda cabe que, como insiste el galeno Martínez, el mandatario está severamente desquiciado y nadie nos garantiza que no vaya de mal en peor.

En estas silenciadas fiestas patrias Sebastián superó su propio récord. Sorpresas nos seguirá aportando. Yo debo lamentarlo por Cecilia, que no lleva velas en este entierro.

Será hasta la próxima. Quizás con qué nos sorprenderá este inicio de primavera.

Afectuosamente,
Frank Kotermann

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