La inquietud de Cecilia tiene apellido…

por La Nueva Mirada

Por Frank Kotermann

Sorpresas te da la vida dice la canción y nunca deja de ser cierto. O cuando todo parece perdido dice una rondalla musical que repetía un amigo demasiado religioso. Todo aquello se me atropelló en la cabeza cuando en mi protegido celular sonó el preludio con que tengo identificado el llamado de Cecilia que, por algo inconsciente, nunca borré pese a nuestras desavenencias que parecían definitivas. Fue de mediodía cuando me alistaba a escribir un texto pendiente para un cronista amigo de New York. Vaya coincidencia, en la misma ciudad en que nació lo que parecía una fructífera amistad en tiempos de bonanza de Sebastián, cuando el optimismo acompañaba esa soberbia infinita que alimentaría los desencuentros y ruptura definitiva en los inicios de mi regreso a vivir en Chile.

Las palabras de buena crianza sobre la salud familiar quedarán en reserva pese a que Cecilia me conoció deslenguado y las pruebas están al canto. Le advertí que tenía mi versión sobre la salud de Sebastián y que entendería sus reservas al respecto. La interrogante sobre su sorpresiva llamada acentuaba mis prejuicios sobre el delicado tema. No fue una conversación muy extensa – poco menos de nueve minutos – pero suficiente para registrar sus inquietudes esenciales en medio de un acontecer muy lejano a días felices. Ella sabe con quién habla y fui franco en contarle de mi nueva cotidianeidad en tiempos de prolongado encierro en este delicado barrio para las andanzas de Sebastián. Guardó silencio y no hubo comentarios a mi lapidaria interpretación de su torpe visita y fotografía en la Plaza de la Dignidad (ni me refutó el nombre y lo pasó por alto) pero luego criticó “la crueldad con que tú escribes”. Allí yo guardé silencio, quería que la conversación fluyera hacia algún sentido más allá de la simple “buena onda” de desearnos salud y suerte.

Y había un punto, quizás predecible conociendo algo de su sensibilidad e inteligencia intuitiva. El punto fue la inquietud por lo que implicaría la presencia del ministro Pérez abriendo la boca a nombre de Sebastián cotidianamente. Fui más que franco al apresurar un juicio fatal para las supuestas pretensiones, que ignoro, de haberlo puesto algo a contrapelo y forzado allí para ordenar sus filas partidarias. Me quedó claro que el stress es el fantasma con que Cecilia debe batallar cotidianamente para resguardar a su atribulado y fatigado Sebastián. Impertinente, como debemos comportarnos con quienes sentimos algún afecto, le transmití algo que me parecía obvio en ese momento: mejor que Pérez permanezca poco en La Moneda. Sólo pienso en tu salud le insistí a Cecilia, fue lo que me salió del intestino. Su silencio me parecía autorización para abundar sobre lo mismo. Escuchó sin preguntar nada más antes de hacer un recuerdo de lo bien que lo habían pasado en su último viaje a New York. Coincidí y el resto fueron buenos deseos personales. Sentí una risita cuando le dije que asumía que, al menos, ella votaría por el apruebo a una nueva Constitución.

Me quedó claro que el stress es el fantasma con que Cecilia debe batallar cotidianamente para resguardar a su atribulado y fatigado Sebastián.

Cuando cortó aún estaba sorprendido pero contento con la conversación. No me atrevo a predecir si habrá otra. Ya me equivoqué en negar esa posibilidad.

Ha sido todo muy reciente. No sé si le contaré algo al galeno Martínez hoy en la noche cuando nos juntemos. Todo puede ser en estos tiempos impredecibles ¿o no?…

Cuídense, que yo al chiquito Paris le creo poco, tan forzado como está con idas y venidas. En ello mi confianza reside sólo en el doctor Martínez. Y él tiene más que buenos datos para desconfiar del ministrito, aunque entiende el juego en que se metió.

Hasta la próxima. No me van a negar que les conté una buena historia.

Frank Kotermann

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