Por F Kotermann
Cecilia me llamó indignada, aludiendo a la lealtad que yo habría destruido con mis columnas “en ese pasquín irrespetuoso” como calificó a este medio que cobija mis exabruptos semanales. Lo que desató su ira fue que pidiera, o gritara, la renuncia de Mañalich como una urgencia para la salud nacional. Su indignación aumentó con mi reacción señalándole que, como buen Chapulín, sospeché desde un principio que Sebastián se haría el sordo porque no tenía otro orejero a que echar mano en medio de la hecatombe ya desatada por su pésimo control de la pandemia. A esas alturas sólo restaba el corte de la llamada que, como respetuoso caballero, facilité a la primera dama.
Me mordí la lengua para no soltar el exabrupto que brotaba natural pero hiriente: “a palabras necias oídos sordos” que, al escribirlo, habrá sellado el fin de una amistad que partió tan genuinamente con el sabor del mejor whisky en New York.
Estos meses de retorno a Chile han estado tan cargados de acontecimientos y emociones fuertes que además de interminables han sido de un aprendizaje impensado desde que me instalé en el departamento de Plaza Baquedano, espacio histórico que partió por cambiar su nombre – Dignidad – a costa de huanacos, zorrillos, lacrimógenas, incendios, apaleos, heridos, jóvenes ciegos y muertos. En este recorrer, ahora virtual, por el encierro obligado, he ganado tanto(a)s amigo(a)s entrañables que me comprometen en mis porfías habladas y escritas – como en esta columna y las que envío a un NY golpeado por la pandemia y, ahora, los efectos del horroroso asesinato de George Floyd bajo la brutalidad demencial alimentada por el miserable Trump – todavía con inquietud en la suerte del galeno Martínez que debió volver a hospitalizarse a causa del maldito virus que no deja de dañarlo pese a las semanas transcurridas.
Por lo mismo escuchar el cantinfleo mañanero y mañoso de Mañalich intentando nuevas interpretaciones sobre los días de riesgo provocados por el coronavirus no hace más que acrecentar mi desprecio por este funcionario de Sebastián que, en la senda del insuperable Bolsonaro, cargará con la responsabilidad de los muertos innombrados y mencionados como números, rapidito y al pasar, en la abominable cuenta diaria oficial, alimentando la pesadilla que aún no llega a su peak, como advierte el protegido ministro que ronca en el gabinete a pesar de los pesares.
muertos innombrados y mencionados como números, rapidito y al pasar, en la abominable cuenta diaria oficial
Así, entiende Cecilia que poco me importa tu obsceno enojo. Es el minuto en que puedo llamar a la enfermera que me cuenta de la salud de mi apreciado doctor Martínez. En su caso jamás mencionaré la palabra que me desvela y se repite crecientemente marcando nuestro pasar. La chica del segundo piso, que se las ingenia con sus clases a distancia para sobrevivir y mantenerse en el departamento, me sorprendió al organizar una cadena de oración por la vida del apreciado galeno. Nunca lo imaginé al regresar como declarado agnóstico ante mis amigos. Todas estas tardes, a mi manera, me sumo a la oración por el doctor Martínez.
Será hasta la próxima.
Cuídense, porque Mañalich ni el gobierno lo hacen por ustedes.
Afectuosamente,
Frank Kotermann