Quizás Juan Miguel Fuente- Alba haya batido el récord de elegancia entre los excomandantes en jefe de la otrora sobria institución castrense (en los tiempos de René Schneider y Carlos Prats) echada al trajín por la corrupción de Augusto José Ramón.
Para horror de quienes aún defienden su legado de 17 años violando los derechos humanos, el esposo de Lucía se robó hasta el agua del florero y aquello resulta indefendible públicamente incluso para olímpicos funcionarios que se transformaron en pulentos hombres de negocios, grandes señores y rajadiablos, apoderándose de las privatizadas empresas del Estado chileno durante el régimen cívico militar.
La herencia institucional de Augusto José Ramón parece maldita. Cheyre pareciera ser el único de los sucesores en el máximo cargo castrense no imputado de hurtos, desfalcos y manejos dolosos del cuantioso e incontrolado presupuesto institucional. Aunque su discurso público invitaba a una corrección autocrítica de los crímenes de lesa humanidad terminó imputado y condenado por sus responsabilidades tempranas en violaciones a los derechos humanos en los días del golpe de Estado. Traidor para muchos de los incondicionales del esposo de Lucía, quedó atrapado en la misma trampa. Parecía que Ricardo Martínez retomaba la huella autocrítica de Cheyre – así se refleja en su muy ignorado documento conocido en los días de su abrupta y obligada renuncia a la comandancia en jefe – cuando también fue imputado por delitos en el empleo de los recursos fiscales. ¡Vaya maldición!
Romy Rutherford, ministra en visita de la Corte Marcial, ha inscrito su nombre infranqueable develando la corrupción de los más altos mandos castrenses que se han enriquecido usufructuando del mal protegido erario nacional y sus gastos reservados.
Para una buena serie de Netflix dan las andanzas malolientes de los continuadores de la turbia huella de Augusto José Ramón y Lucía. Valga todo este recuento para reconocer que entre los herederos manilargos existen algunos más destacados en el descaro público. Y no consideremos torpezas infantiles como las del elegante Oscar Izurieta que ha declarado que le pasaba parte de los morlacos a Lucía, la viuda de Augusto José Ramón…
El que destaca como personaje central para la serie pendiente es “el señor de los anillos” que nos observa seductor desde la foto principal de estas líneas y que marcialmente aparece aquí acompañado de su distinguida y cómplice esposa Ana María Pinochet, también conocida como “Lucía chica” en las huestes castrenses.
Fuente- Alba (no confundir con Fuentealba) se resiste a reconocer sus fechorías y toca cualquier puerta, equivocándose a menudo de timbre, para implorar comprensión a sus debilidades humanas y eludir el juicio oral que se le viene encima, mientras muchos de los invitados a sus generosas celebraciones de antaño ahora miran para el techo.
Si Augusto José Ramón simuló demencia con tal de eludir una condena efectiva a sus cuantiosos fraudes, Fuente- Alba presenta certificados médicos por un golpe en la cabeza, sufrido en su modesto hogar (no ha aclarado si se encontraba haciendo el aseo o gimnasia bancaria).
¿Cómo explicar el crecimiento de su patrimonio en un 280% en siete años si no se llama Sebastián? ¿Cómo justificar la apropiación de $3.500 millones con la mera renovación de sus automóviles de lujo?
¿Y ahora quién podrá salvar al señor de los anillos?
Netflix continúa en espera…