Por F Kotermann
Como el camaleón viene cambiando de colores al transitar zigzagueando impunemente con sus mañosas cuentas diarias en la abusiva cadena nacional. Sebastián lo transformó en el controlador de su desastrosa conducción sanitaria ante el implacable coronavirus que, no hace tanto, subvaloró llegando a apostar por una nueva normalidad porque el virus se podría transformar en “buena persona”. Tentación festejada por grandes empresarios y el exhibicionista alcalde Lavín que pisó el palito y abrió el Apumanque con desastrosas consecuencias en un día infeliz, multiplicando los contagios en su comuna ejemplar.
Ni el virus se transformó en buena persona, ni el pesar ahora rastrero “ante la comunidad” de Mañalich resolverá los daños letales en la vida de lo(a)s chileno(a)s infectado(a)s, hospitalizado(a)s y fallecido(a)s en creciente proporción durante las últimas semanas. Incapaces de asumir sus responsabilidades recurren a la gastada práctica de culpar al “empedrado”. Mañalich se queja de la mala conducta de la población pese la existencia de un control militar y policial impuesto a la mayoría de la población.
Se gastó la demagogia irresponsable de aludir reiteradamente a los males y fallas de otros para justificar los propios. Los amigos de que se enorgullecía con su acostumbrada soberbia Sebastián, como Trump y Bolsonaro, hoy son los mayores símbolos del fracaso y criminal irresponsabilidad ante la implacable pandemia.
La pretendida metamorfosis de Mañalich no puede transformarse en una aventura tolerable a costa de la vida de los más vulnerables, en el marco de una emergencia mayor, aunque los grandes empresarios aparezcan, ahora, dispuestos a una colaboración más amigable. Vaya paradoja, cuando Sebastián y Mañalich son parte de ese universo de propietarios de grandes clínicas privadas.
Puedo parecer intolerante y poco generoso ante lo que me parece un lloriqueo estéril de las autoridades frente al padecer de nuestra población. Se acentúa una demagogia unitaria – que surge desde el fracaso por ceguera y sordera de esas autoridades ante quienes sí se adelantaron exigiendo medidas urgentes que llegaron mal y tarde – que tendrá acogida, incluso, entre políticos opositores, tan extraviados como ansiosos de pantallas (no hubiese querido mencionar a la diputada Jiles, pero hizo méritos). Estamos en una situación límite que requiere de una reacción límite.
Como repite, aún encerrado en su prolongada cuarentena, mi apreciado galeno Martínez, nadie, menos un médico, puede jugar con la vida de las personas.
Mañalich se ha empoderado peligrosamente. Alentado por Sebastián porque encuestas amigas lo muestran subiendo su mínimo aprecio ciudadano no esconde sus ambiciones. Tal como se transformó en la voz oficial del desastre ahora su apetito crece sin escrúpulos ni límites.
Tal como se transformó en la voz oficial del desastre ahora su apetito crece sin escrúpulos ni límites.
Bueno, debo parar. Llegó la hora en que, enmascarado al extremo, me comunico desde una ventana con el doctor Martínez, que sobrevivirá al virus pese a sus ingratos malestares.
Será hasta la próxima, pero advierto que hoy, a las 21:00, cuando Mañalich pide aplaudir al ejemplar personal clínico en circunstancias extremas, lo haré gritando, desde el balcón, junto a mis vecinos: NO MÁS MAÑALICH.
Cuídense por favor.
Afectuosamente
Frank Kotermann