Mis alusiones a las consecuencias políticas de la vida en pareja de Andrés Allamand y Marcela Cubillos han provocado encontradas reacciones que me han animado a repasar a otras parejas – de distinto origen – cuya interacción condicionan el devenir institucional en un país donde sus protagonistas, casi sin excepciones, experimentan una crisis con señales terminales.
¿Quién sabe dónde vamos a parar? me comentaba el doctor Maldonado, más escéptico que nunca tras rechazar la invitación a participar en el nuevo partido por La Dignidad, liderado por su colega, el doctor Hamilton. Machista el galeno, me indujo a un debate que terminamos empatando con un par de cervezas en las proximidades del muy seco y caluroso entorno de la Plaza de la Dignidad. Como podemos apreciar la pretendida dignidad se nos aparece por todos lados. Ojalá no se nos gaste o se vaya al chancho, como le gusta repetir, sin mayor provocación, a Juvencio, el ahijado regalón del doctor.
En esto de las parejas, inevitable aludir a lo provocado por las reflexiones sobre la vida sexual de José Antonio Kast y María Pía Adriasola, con la tautológica reflexión de los efectos de una vida de pareja sin sexo. Y lo dijo quien ha parido una decena de herederos. Vaya uno a saber cómo la oración apacigua los instintos carnales. La evidencia empírica indica que en los más confesos opus y legionarios de Cristo abundan seguidores de las prácticas de Marcial Maciel, aunque debo reconocer que las generalizaciones no son buenas consejeras y leo explicaciones sobre las marcadas diferencias entre unos y otros. Hasta allí llego porque no tengo mayores antecedentes de la vida sexual de JAK ni me haré eco de simples conjeturas.
Sin dobles intenciones consigno la conmovedora lealtad entre la pareja símbolo del gremialismo, Andrés Chadwick y Juan Antonio Coloma, con la confesión pública del senador en defensa de su inhabilitado correligionario, reforzando décadas de incondicionalidad, desde aquellos tiempos de jóvenes promesas de Chacarillas que daban testimonio de fe golpeando a obispos defensores de los derechos humanos. Esa es una pareja….. pareja.
Valga la redundancia anterior para aludir a una pareja dispareja. La de Pamela Jiles y Flor Motuda. Exuberante abuela y esmirriado anciano de zapatillas y humita, que coincidieron en darle el gusto al gobierno de Piñera- al que suelen condenar con elocuente y recargado verbo – impidiendo la aprobación del voto obligatorio y encantando a la UDI. Vaya numerito de cuentas por pagar que se echaron en sus lomos, como me dijo Juvencio, declarándose “emputecido” por haberle dado su primer voto de vida a la hoy denostada abuela.
Como apreciarán cumplo con eludir la obviedad de referirme a la primera pareja de La Nación, título más que formal cuando el nivel de adhesión es el que conocemos. Él se comprometió a nombrarla en cada discurso – así lo hizo en la última cadena televisiva que pareció más inexplicable que otras – cumpliendo penitencias por culpas aún no saldadas. Tal como no lo menciono a él, me ahorro las infidencias de ella. Soy de una palabra.
Se me acabaron las palabras concedidas por los editores y me guardo comentarios sobre otras parejas y parejitas. Que las hay caray….
Con calor y afecto los saludo
Frank Kotermann