Por F Kotermann
La cuenta diaria del ministro Mañalich es una de las causas más reiteradas de ciudadano(a)s que recurren a atención psicológica o psiquiátrica – virtual- en el contexto de la prolongada pandemia que se agudiza con sus efectos fatales durante los últimos días. Por sus omisiones graves y reiteradas en períodos críticos y la redundancia en materias que cualquier maestro primario explicaría en un décimo del tiempo que dedica este médico de oficina a justificarse como el gran vocero del desastre nacional en curso. Su ego enferma a grupos de personas – no precisamente los más urgidos por angustias económicas – que pueden recurrir a especialistas clínicos. Se ha transformado así en el emblema del peor momento que marca la ingrata vida cotidiana de chilenas y chilenos en estas semanas.
La cuenta diaria del ministro Mañalich es una de las causas más reiteradas de ciudadano(a)s que recurren a atención psicológica o psiquiátrica
El desastre conducido por el amigo personal de Sebastián – asociado en el negocio de Clínica Las Condes – transcurre con una soberbia hoy disfrazada de simulada humildad ante la evidencia de su fracaso inminente, pese a las múltiples señales anticipadas por los efectos de la pandemia en países europeos y Estados Unidos.
La cuenta cotidiana de los casos en el mundo no tiene otra justificación que resaltar a Chile menos golpeado que Brasil, bajo la conducción demencial de Bolsonaro. En definitiva, las “conceptualizaciones generales” de Mañalich someten al país a una atmósfera opresiva solo comparable a los tiempos de dictadura. Mientras su verborrea – que antes lo animó al optimismo si el virus se volvía “buena persona” – castiga la ya vapuleada salud mental de los sometidos a la cadena nacional diaria que gratifica su ego a toda prueba en el contexto del desastre gubernamental.
El personal clínico, con todas las limitaciones materiales y estructurales conocidas, continúa siendo el eslabón de fortaleza profesional, humana y ética que resiste una debacle inminente. Si mi ánimo es el que trasuntan estas líneas ello no es ajeno a la situación personal de mi estimado vecino, el galeno Martínez, quién tras jornadas larguísimas y extenuantes de atención a nuevos contagiados de coronavirus terminó afectado por lo mismo y se encuentra en cuarentena obligada, aunque con limitadas molestias. Así he perdido el contacto cotidiano y me informo telefónicamente de su estado. Estoy seguro, que resistirá con su tremenda humanidad.
Ahora todo parece gris, como este miércoles 20, amenazante y helado, para mayor desasosiego de los millones que ante su hambre, literal y creciente – ilusoriamente alivianado por una caja de productos tan básicos como insuficientes que Sebastián anunció antes de imaginar cómo se implementaría y cuánto demoraría en llegar a destino – comienzan a reaccionar con rebeldía pese a la represión policial y control militar. Único sostén que puede sostener a este gobierno que, algún día, se atrevió a inventar su consigna de “los mejores”. El contraste con la realidad es una vez más demasiado cruel.
Los fuertes cacerolazos se hacen sentir en nuestro barrio y la visión de la Plaza de la Dignidad cambia de colores con ese ruido inquietante que anuncia un crudo invierno, que Mañalich y Sebastián son incapaces de imaginar desde su soberbia sordera.
Los fuertes cacerolazos se hacen sentir en nuestro barrio y la visión de la Plaza de la Dignidad cambia de colores con ese ruido inquietante que anuncia un crudo invierno, que Mañalich y Sebastián son incapaces de imaginar desde su soberbia sordera.
Con saludos especiales para el galeno Martínez.
Afectuosamente,
Frank Kotermann