Por Frank Kotermann
Murió afectado por el coronavirus, pero tuvo un asistido funeral (31 personas presentes, contra toda norma) con músicos incluidos. No faltaba más. Su apreciado sobrino Sebastián no le falló a última hora, pidiendo, incluso, que abrieran el cajón mortuorio para el último adiós pese a los molestos reparos de su primo Andrés, que de estas ceremonias sabe.
Dicen que no hay muerto malo pero que los hay… los hay caray. Y suelen tener despedidas especiales. Si recordamos, por ejemplo, las de Hitler, Mussolini y Pinochet en una selección bastante sesgada para graficar mi despiadado aserto. Este tío Bernardino no mató a nadie, pero sus cariños excesivos o incisivos con menores estaban siendo investigados por la Santa Sede. Así las cosas, fue más que favorecido por una despedida presidencial en que pasó de todo. Como suele ocurrir cuando asiste Sebastián.
Como dice mi estimado galeno Martínez – recuperándose lentamente del coronavirus – suman cerca de 8 mil los cadáveres que, con suerte, recibieron un solitario adiós, aislados por razones sanitarios, ignorándose – salvo connotadas excepciones – sus nombres y apellidos en la fría cuenta cotidiana que la afectiva onda del doctor Paris intenta humanizar sin mucha compañía que le contribuya.
Estando Sebastián presente el espectáculo está garantizado. Se lo repitió Cecilia tras vergonzosos episodios con mandatarios del planeta incluidos (mostrando la carta de los 33, jugando al gracioso con la banderita ante el descerebrado Trump y tantos etcéteras que aburre recordar) y ahora su presencia abusiva en cadenas de noche y de día hace parte del show por la pandemia. El funeral del más que centenario tío no podía ser la excepción.
Acentuando su incomparable cara de palo (la palabra raja no se puede escribir fuera del paréntesis, según indica el editor) ordenó a sus ministros que terminaran con el escándalo mediático post funeral y a las pocas horas volvió a tomarse la cadena nacional para amenazar al poder legislativo con una inédita y estrafalaria intervención.
Una de sus máximas es: lo que abunda no daña y en eso se lo ha pasado Sebastián desde jovencito, acumulando excesos, partiendo por sus pillerías – piñerías dice el doctor Martínez – financieras. La reciente puesta en escena era más que propicia para recordar que el tío Bernardino lo protegió – agosto de 1982 – tras la estafa del Banco de Talca. Entonces, al menos, se merecía esta vuelta de mano de su sobrino regalón. No había coronavirus que lo pudiera impedir.
Lo que natura non da Salamanca nos presta. Ello aplica al tino y delicadeza en el caso de Sebastián.
Nunca sabremos si el tío Bernardino se alcanzó a dar con una piedra en el pecho.
Será hasta la próxima. Sigan cuidándose. No está Mañalich y la buena onda de Paris puede ser anestesia…
Atentamente,
Frank Kotermann