Por Frank Kotermann
La coincidencia rápida de opiniones con el doctor Martínez y los jóvenes del segundo piso me convencieron aún más de lo desafortunado de la propuesta de Guillier, Rodrigo González, Mulet y otros parlamentarios para acortarle el período presidencial a Sebastián.
Vaya regalo acentuaba el galeno Martínez a la hora del brindis al caer la tarde, observando ambos el tránsito acelerado de vehículos en el entorno de la Plaza de la Dignidad. El crecimiento de la pandemia, con interpretación mañosa de las cifras de fallecidos por parte del cada vez más pequeño doctor Paris, no augura nada bueno para el fin de año cuando el desesperado comercio intenta recuperarse de los avatares de un año para el olvido, con “ofertones” en medio de aglomeraciones en que la respiración cercana y el sudor incontrolado le hacen guiños al virus.
Eludir la cuenta diaria sobre la pandemia, mencionar a los fallecidos como un frío número sin nombre, apellido ni humanidad se instaló como una costumbre que estimula el descuido insensato con la población más desvalida que ha marcado la gestión de Sebastián, batiendo récords impensados.
Cada día puede ser peor con Sebastián extraviado y concentrado sólo en el valor de sus acciones en las grandes bolsas. Hace meses dejó de gobernar y desvaría con un gabinete que se manda solo, donde cada uno se ocupa de sus apuestas personales – no solo Desbordes y Allamand – y los desatinos mayores (para mantener el lenguaje diplomático) de ministros y subsecretarios pasan piola, como dice nuestra vecina del segundo piso. Sobran razones para multiplicar acusaciones constitucionales como las que barrieron con Chadwick y Pérez (el feo) pero, ciertamente, el mono mayor (otro aporte lingüístico de nuestra patrulla juvenil del edificio) es Sebastián y a estas alturas nada bueno se puede esperar de un mandatario a la deriva y en caída libre al pozo de la historia.
¿Por ello valdría una acusación constitucional? Desviaría la atención del ya difícil proceso constituyente ganado por la sacrificada movilización de la gente para cambiar bases sustantivas de nuestra vida en una sociedad que condena a millones a la desesperación por la sobrevivencia, obligando a recurrir a los miserables fondos previsionales del sistema tramposo promovido y aún defendido por el peor de los hermanos de Sebastián.
Transformar en víctima perseguida a Sebastián sería un regalo inmerecido. Como bien lo sabe Cecilia ni el fatuo orgullo personal de Sebastián lo salva del descalabro que frustra esos sueños de grandeza que le duraron pocos meses, transformándolo en un perdedor más, tal como ocurre con su amigo de la foto, otro truhan: el tramposo Trump.
Que se mantenga hasta el último día de su mandato y de cuenta de sus resultados no es un premio para Sebastián. Él sueña con que los días pasen rápido y la mentada acusación constitucional le llegaría como un inmerecido regalo de navidad.
Como bien dice el doctor Martínez siempre habrá políticos aspirantes a sus días de fama promoviendo calugas de fácil digestión. Acusar constitucionalmente a Sebastián vende y permite desatar rabia y frustraciones acumuladas. Pero, a la corta y a la larga le estarían haciendo un favor.
Que Sebastián cumpla hasta el último día de mandato es el peor castigo para su ego tramposo.
Como dice el galeno: no gastemos perdigones en gallinazos. Hay poco tiempo y ocupémonos de la nueva Constitución.
Sigan cuidándose del virus, los lanzas y los tramposos.
Hasta la próxima,
Frank Kotermann