Sin capucha

por La Nueva Mirada

Por F Kotermann

Cada semana que pasa desde mi regreso a Chile me revela los mitos del país imaginario de que se nutre una considerable parte de sus habitantes residentes en el acomodado y diverso ABC1 de la estrecha franja de tierra bajo una cordillera que alimenta aislamiento cultural y desvarío.

Por aseveraciones como la anterior me han quitado el saludo viejas amistades y me lo regalan varias nuevas, acogidas en mi transitar incansable desde la ya definida Plaza de la Dignidad hacia los cuatro puntos cardinales de esta sorprendente metrópoli llamada capital.

En pocos días la reconocida derecha política, con notables excepciones, ha mostrado la hilacha, como dice el doctor Jiménez, y ante la incertidumbre que los amenaza se refugia en lo de siempre, el terror a los cambios irrefrenables de una sociedad que, mayoritariamente, se cabreó (ese concepto me lo ha pegado la escultora Fernanda, vecina simpática para decir lo básico) y entonces empiezo a reconocer las huellas de los que trancaron la democratización de Chile desde que se inició la llamada transición y que estuvieron en el origen de mi larga fuga de este país al que he regresado para quedarme pase lo que pase y cueste lo que cueste, como le gusta decir a Rosa, mi veterana verdulera con jubilación inexistente.

Será que del susto a las primeras manifestaciones ciudadanas pasaron al horror de que los cambios institucionales se podrían venir en serio, con nueva Constitución, incluida la desaparición del tan provechoso Estado subsidiario. Ciertamente los gestos y tics de varios voceros dicen más que mil palabras. Y así, en un dos por tres (esta siempre fue mía, no se la copié a ningún vecino) todos los aterrados se alinean, desde el muy fascista José Antonio Kast, que bate récords de desmentidos por sus miserables mensajes en redes sociales, hasta Andrés Allamand que, a fin de cuentas, en las últimas décadas es el símbolo de las vueltas de carnero (esta me la aprendí jovencito en el Estadio Nacional). A mí no me sorprende porque lo conocí en tiempos de Pinochet y me parece una canallada machista echarle la culpa a la influencia de su esposa ministra dura, con la que contrajo nupcias pese a su rechazo feroz al divorcio (detesto meterme en la vida íntima de otros/ cada cual con lo suyo).

Volviendo a lo esencial, Ossandón demuestra que tiene más calle y cojones, Desbordes (desbordado como le dice el cirujano Jiménez) se acomoda al terremoto interno, Chahuán intenta cuadrar el círculo a punta de sandeces que nadie desnuda en la televisión de farándula dominante. Asumo que Lavín dirá algo, no la tiene fácil con esa descendencia (ya dije que no me meteré en la vida personal de otros). En definitiva, se me han aparecido todos los fantasmas del pasado, pero pasado son.

En definitiva, todos parecen obligados a sacarse la capucha (de encapuchados he aprendido demasiado en estos meses, aunque recuerdo que en tiempos de la dictadura no eran tan condenados por los medios, casi siempre eran de los llamados organismos de seguridad y, a diferencia de los actuales, se presentaban armados)

Soy estricto y obediente en cumplir con el número de palabras que me ordenan los editores. Entonces me debo guardar para la próxima mi opinión acerca del caos por la PSU. Solo adelanto que discrepo de mucho de lo escuchado…

Muy afectuosamente

F. Kotermann

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