El nuevo comandante en jefe del Ejército, general Javier Iturriaga, asumió sobriamente el mando y entregó una promisoria señal rechazando habitar la lujosa mansión de Lo Curro que pareciera maldita por las tentaciones de sus predecesores. Añadió así otro gesto al de haber contrariado a Piñera en pleno desquiciamiento bélico, cuando el general se declaró “hombre feliz, que no estoy en guerra con nadie”. Por algo se empieza y con los multiplicados antecedentes de fraude acumulados por la ministra en visita Romy Rutherford, la señal de Iturriaga no parece detalle menor.
Básico dirá usted, pero nunca tanto cuando el mareo en altura persiguió a sus antecesores como una huella indeleble heredada desde las andanzas fastuosas de Augusto José Ramón y Lucía, a las que insólitamente aludió el procesado Oscar Izurieta declarando que había extraído parte de los gastos reservados para pagarle mesadas a la ya fallecida dama.
Así, elegantes señores han ido mostrando ordinarias hilachas colgando ante la ministra Rutherford que no está para cuentos infantiles ni salidas de madre, aunque vengan de caballeros tan bien presentados como el señor de los anillos, procesado Fuente- Alba, que batió récords de elegancia fastuosa junto a su empingorotada esposa de nombre Ana María y apellido Pinochet.
Distante de la elegancia de Fuente – Alba, Humberto Oviedo hizo una gracia próxima a $5mil millones, incluyendo viajes suntuosos disfrazados de misiones militares que no consiguieron emborrachar la perdiz a la magistrada como sí, todo indicaría, ocurrió con los despistados ministros de Defensa de la época, habitualmente entretenidos con los ensayos militares y fuegos de artificio.
Casi casi, el general Ricardo Martínez Menanteau estuvo a punto de eludir el paso por la temida oficina de la ministra Rutherford. Debió renunciar para evitar mayor bochorno, teniendo que lamentar que un sustancioso documento de reforma institucional – que no debería ser despreciado por los señores parlamentarios tan mareados por los retiros de fondos “al estilo Jiles” – se perdiera, convenientemente, de la tradicional y ordenada vitrina mediática del país.
Luego le pandió el cúnico, resistiéndose al interrogatorio de la magistrada en el tribunal. El juego elusivo duró poco. Él quería declarar en su residencia y bien protegido para no marearse en sus respuestas sobre los tan tentadores gastos reservados en “agencias de turismo”. Pero le llegó su hora y debe ingresar por la misma puerta conocida en disgusto por sus antecesores Izurieta, Fuente Alba y Oviedo. No cuesta imaginar cuál es la pesadilla del cuento repetido que aqueja a Martínez.
La suerte de Augusto José Ramón no se repite, pero sí la maldición de su herencia en el juego de las manos largas.
Las nuevas señales del general Javier Iturriaga pueden marcar el fin de una época maldita. En todo caso, valga una ayuda de memoria: el renunciado general Martínez dejó un extenso documento titulado “Reflexión sobre las actuaciones del Ejército y sus integrantes en los últimos 50 años y sus efectos en el ethos militar” donde resalta que “las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante el período 1973-1990 y en que los miembros del Ejército tuvieron participación (…) fueron una profunda herida ocasionada al deber ser militar”.
Esperemos que, a disgusto de muchos herederos de ese vergonzoso legado, el nuevo comandante en jefe no deje el documento bajo la alfombra…El aire fresco no vale sólo para los delitos económicos, en los de lesa humanidad queda demasiado paño por cortar.
Por ahora agradezcamos la sanación que puede heredarse de la transparencia y rigor de Romy Rutherford. ¿O no machitos?