China, la segunda economía en el mundo, lucha por mantener un crecimiento de al menos un 5% al año, después de décadas de crecimiento a un ritmo que solía ser el doble del actual. El menor crecimiento se consolidó con la recesión mundial de 2008-2009 y luego la pandemia y ha sido inferior al de la India, aunque siempre muy superior al de los países del G7.
China está experimentando una caída en la construcción de viviendas desde 2022, que junto a la producción de acero, vidrio y otros materiales fue, además de las exportaciones industriales, el mayor impulsor del crecimiento durante décadas, con una muy elevada tasa de inversión. Docenas de desarrolladores insolventes o casi insolventes luchan por terminar las viviendas que han prometido a los compradores. Ahora China necesita un consumo robusto para reducir el desempleo juvenil y ayudar a las empresas y los hogares a lidiar con su endeudamiento. Entretanto, los hogares mantienen importantes niveles de ahorro para enfrentar contingencias, mientras ha habido pocas disposiciones concretas del gobierno para persuadirlos que reviertan una desaceleración prolongada del gasto.
Para estimular el crecimiento, se están aplicando las recetas ya probadas, es decir invertir fuertemente en el sector manufacturero, con apoyo de la banca estatal. Esto incluye una avalancha de nuevas fábricas que han ayudado a impulsar las ventas de paneles solares, autos eléctricos y otros productos vinculados a la transición energética en todo el mundo. China está dominando masivamente esos mercados. La prensa estatal alaba en particular las “tres novedades”: la energía fotovoltaica, las baterías y los vehículos eléctricos, en oposición a las “tres antigüedades”: la ropa, los muebles y los electrodomésticos de baja gama. El país está acelerando la instalación de campos de paneles solares en su territorio a un ritmo sin precedentes, tanto para salir de la dependencia del carbón como para absorber su producción: en 2023, China ha sumado 216 gigavatios de paneles fotovoltaicos, más que toda la capacidad instalada en Estados Unidos.
El nuevo programa chino tiene el lema, impulsado por Xi Jinping, de crear “nuevas y cualitativas fuerzas productivas”. Se trata de impulsar la innovación y el crecimiento a través de grandes inversiones en manufactura, particularmente en alta tecnología y energía limpia, así como un gasto robusto en investigación y desarrollo. La manufactura representa una gran parte de la economía del país, más del doble de la proporción vigente en Estados Unidos. Un 31% de la manufactura mundial proviene hoy de China, contra un 20% en 2010.
La economía china creció más de lo esperado en los primeros meses del año 2024, con un ritmo vertiginoso de inversiones en fábricas y fuertes exportaciones, luego de un cierto debilitamiento desde 2022. Esta apuesta de China por las exportaciones de manufacturas ha preocupado a muchos países y empresas extranjeras. La secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet L. Yellen, advirtió que inundar los mercados con exportaciones chinas perturbaría las cadenas de suministro y amenazaría a las industrias y los empleos. El canciller Olaf Scholz de Alemania ha expresado preocupaciones similares, en un contexto en que, por ejemplo, Volkswagen, la principal empresa automotora del mundo, está desarrollando fuertes inversiones en China para su producción de nuevos modelos de autos eléctricos antes que en Alemania o Europa del Este. Estados Unidos y la Unión Europea han establecidos fuertes aranceles para proteger su mercado, pero dado que los autos eléctricos cuestan la mitad en China que su precio de exportación, se mantienen competitivos disminuyendo sus márgenes. Muchas empresas chinas han estado recientemente compitiendo por reducir los precios de exportación y ganar una mayor participación en los mercados globales, incluso cuando significa incurrir en grandes pérdidas, lo que representa una gran diferencia con la maximización de utilidades de corto plazo propia del capitalismo occidental financiarizado.
¿Qué implican estos procesos para los exportadores latinoamericanos como Chile? Un primer efecto fue la caída del precio del litio, componente clave de las baterías para autos eléctricos, pero su demanda futura seguirá al alza, así como la del cobre. A su vez, las empresas que han dependido de la venta de materias primas a China para la construcción de viviendas e infraestructuras han estado observando el renovado énfasis en la manufactura de alta tecnología, pero concluyen que China inevitablemente continuará gastando mucho en infraestructura, incluidas carreteras, líneas ferroviarias y puertos.
La situación estructural es una en que tres cuartas partes de los productos importados de los que dependen América Latina, el Sudeste Asiático y África provienen de China. En Estados Unidos, afecta a más productos que las otras grandes economías (22 % de los bienes importados, frente al 14 % para la Unión Europea) debido a la desindustrialización más pronunciada y su déficit exterior persistente, permitido por el papel internacional del dólar. La mayor parte de este ascenso ocurrió durante los años 2000, alimentado por masivos flujos de inversiones extranjeras y la integración en la Organización Mundial del Comercio en 2001, con un desempeño comercial excepcional. En una década, se convirtió con creces en el primer exportador de bienes manufacturados, a niveles que solo Estados Unidos había alcanzado en la posguerra.
Pero no se debe perder de vista que la realidad principal de la economía mundial es la interdependencia. En una globalización basada en cadenas de valor fragmentadas, la dependencia respecto a China en diversas manufacturas tiene como contrapartida una dependencia de China de insumos europeos, estadounidenses o de Asia oriental para los más avanzados, y de otros insumos y materias primas provenientes del resto del mundo, incluyendo América Latina. Aunque ya no es solo un destino de ensamblaje, China a menudo sigue siendo la última etapa antes de la entrega del producto terminado hacia el resto del mundo. Además, existen muchos otros canales de interdependencia como los intercambios de servicios, las inversiones y los conocimientos, en los que Estados Unidos y Europa mantienen fortalezas.
Los tres grandes actores económicos del planeta que son Estados Unidos, la Unión Europea y China buscan su lugar en los reacomodos estratégicos, sabiendo que solo pueden hacerlo en función de los otros dos. Europa no quiere estar a igual distancia entre Pekín y Washington, pues forma con Estados Unidos una alianza que la agresión rusa a Ucrania ha ayudado a fortalecer. Pero eso no impide que los europeos busquen definir su propia línea con respecto al tercer actor, China, cuyo comportamiento en la escena mundial está en parte relacionado con su rivalidad con la primera potencia, Estados Unidos.
Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional del presidente Biden, ha presentado lo que desearía fuera un nuevo consenso en medio del ascenso de China, la crisis climática y el enojo políticamente desestabilizador de las clases medias y populares en las economías avanzadas: “en un mundo transformado por la transición energética, el dinamismo de las economías emergentes y la búsqueda de la resiliencia en las cadenas de suministro, el juego ya no es el mismo”. Adiós a los acuerdos comerciales, bienvenidos los “socios innovadores” que dan prioridad a la protección de los trabajadores, las energías y tecnologías verdes… y las ayudas estatales. Como subraya Silvie Kauffmann en Le Monde, este discurso podría haber sido escrito en Bruselas, ya que refleja preocupaciones importantes para los europeos, que no apreciaron la dimensión proteccionista de la Ley de Reducción de la Inflación, el plan estadounidense de ayuda a la transición energética en violación de las reglas de la OMC. Jake Sullivan también se dirige a China, siempre con un deseo de apaciguamiento, señalando que Estados Unidos no busca «desacoplar» las economías de ambos países sino «des-arriesgar», citando a Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea.
Un tema se vuelve prioritario y más consensual entre los occidentales: la seguridad económica, que exige aminorar las dependencias tecnológicas y de materiales críticos, para no reproducir con China la trampa de la dependencia energética respecto a Rusia. Queda por determinar qué sectores deben ser protegidos. Washington, que bloquea las exportaciones de semiconductores a China -cuya producción está, en todo caso, concentrada en Taiwán y Corea del Sur- y Bruselas, no necesariamente tienen el mismo enfoque, aunque ambos han puesto elevados aranceles a la importación de autos eléctricos chinos.