La actividad económica se situó en el trimestre terminado en julio de 2021 (últimos datos disponibles) al mismo nivel que el terminado en enero de 2020, al iniciarse la crisis de la pandemia, aunque con diferencias sectoriales por la mayor o menor fluidez en las cadenas de suministros. Ha sido empujada por la demanda que proviene del consumo de los hogares y de la mayor liquidez de la que disponen. Más aún, en términos desestacionalizados, la producción agregada está por encima del nivel previo a la crisis.
No obstante, no estamos frente a un exceso generalizado de demanda. La capacidad instalada fue ocupada en el pasado reciente en niveles mayores. Nadie señaló que a fines de 2019 la economía estaba sobre calentada. Tampoco lo está ahora. Y la recuperación del empleo se ha quedado atrás respecto a la producción, especialmente el empleo del sector informal de baja productividad. Falta nada menos que crear 914 mil empleos para volver al nivel previo a la crisis.
El aumento de la inflación en los últimos meses es fruto de la mayor demanda, pero sobre todo del tipo de cambio y del aumento de los combustibles, así como de una menor oferta temporal de algunos alimentos e insumos. El Banco Central atribuye las presiones inflacionarias sobre todo a los efectos producidos por aumentos de la demanda de los hogares, en una estimación cuya exactitud no es evidente por las interacciones de unos y otros efectos, como la inflación de costos «de segunda ronda» por el incremento del precio de los combustibles. Lo que es claro es que los bienes sujetos al comercio internacional están aumentando en 5,9% anual, mientras el resto lo ha hecho solo al 3% anual. La oportunidad de subir la tasa de interés en este contexto, junto a una tasa de desempleo combinada de quienes buscan trabajo y no lo encuentran y de quienes no lo hacen, pero están dispuestos a trabajar, que se mantiene en 19%, y en medio de una caída mensual de la producción de bienes de -0,9%, es bastante discutible, por decir lo menos.
El aumento de la tasa de descuento del Banco Central del 0,75% al 1,5% encarecerá el crédito, lo que no es una buena noticia para sostener la producción lo suficiente como para absorber el empleo perdido e impedir más quiebras de mipymes, aunque tendrá algún efecto para bajar el dólar (al tender a traer más capitales golondrina desde fuera) y disminuir la inflación importada. El balance entre el efecto negativo en la actividad y el empleo en las empresas de menor escala (salvo que el gobierno aumente o prolongue los créditos Fogape subsidiados) y el efecto positivo en una inflación más baja, es de resultado incierto. Aquí se aplica lo señalado por Kaushik Basu, execonomista jefe del Banco Mundial en estos días: «Alguien que ve sus propias proyecciones como expresiones de ciencia pura es tan peligroso como alguien que se guía por la superstición. No hay manera de predecir con certeza qué ocurrirá mañana. Cuando se habla del futuro, no tenemos otra opción que usar nuestra intuición para decidir cuándo podemos extrapolar datos del pasado y cuando no podemos hacerlo. Es de esperar que como especie hayamos hecho evolucionar una intuición que sea al menos en alguna medida confiable. Un problema adicional es que la mezcla necesaria de ciencia dura e intuición o juicios tiende a diferir entre las especialidades económicas. En algunas ramas, como el diseño de subastas, la economía es cercana a la ingeniería, mientras en las de la política fiscal y monetaria depende sustancialmente de la percepción y el juicio”.
Aunque reaccionó bien y a tiempo en la crisis de 2020, es de esperar que ahora el Banco Central no esté preparando una nueva equivocación altamente costosa, como la 2008 con De Gregorio, al sobrerreaccionar frente a una inflación que tiene componentes temporales. Es cierto que el gobierno aumentó a destiempo en un tercio el gasto público en 2021 (nunca visto en la historia contemporánea de Chile), sin reestructurar gastos, eliminar exenciones ni proveer nuevos ingresos tributarios de largo plazo. Pero esto no debe llevar al Banco Central a un cambio drástico de política frente a lo que ve de manera apresurada como un peligro inflacionario permanente. Para seguir absorbiendo los empleos perdidos no se debe seguir aumentando la tasa de interés en los próximos meses, como ha anunciado el Banco Central, en base a un concepto tan vago como la «tasa de interés neutral». Esta tasa está sujeta en el caso de Chile a muy diversas estimaciones. El Banco Central considera que es del orden de 1% mensual real. Esta estimación discutible podría llevarlo a alzas de la tasa de interés muy significativas (el nivel actual sigue siendo bajo). En cambio, el Banco Central no debiera desviarse del horizonte de 3% de inflación en 24 meses, como es su política declarada, y esperar más datos antes de diagnosticar un exceso generalizado de demanda. Desde luego, la inversión desestacionalizada se estancó en el segundo trimestre. Una política apresurada de alza de tasas puede tener un nuevo efecto negativo sobre las pymes, después del enorme impacto de la crisis de la pandemia en este segmento de la economía, además de encarecer el crédito al consumo, que afecta a los más pobres que el Banco Central dice querer defender de la inflación.
Se echa de menos el objetivo simultáneo de contener la inflación y lograr el pleno empleo, que es de esperar le asigne la nueva Constitución al Banco Central, como en Estados Unidos, en una coordinación estrecha con el Ministerio de Hacienda que permita tener una política económica coherente. Pero para eso se necesita un gobierno coherente, claro, no uno como el actual, que toma decisiones a destiempo e improvisadas.