El Banco Central sigue obsesionado con provocar una recesión (las discrepancias en la votación del Consejo en su reunión septiembre se remiten a cuanto seguir subiendo la tasa de interés), lo que no hará bajar la inflación al margen de la evolución de los precios internacionales de los alimentos y los combustibles, salvo un desplome del nivel de vida.
El IPC subió 1,2% en agosto por la incidencia de 0,4% de los alimentos y de 0,3% del transporte. En ambos casos, se trata de precios determinados por su valor internacional, que se trasladan a Chile total o parcialmente (si hay medidas de morigeración o de dilación en el tiempo) independientemente de cualquier situación interna. Los productos sujetos al comercio internacional subieron en un 1,6% y el resto en solo un 0,7% (presionados por los primeros cuando son parte de sus costos). En efecto, el aumento de los combustibles se traslada a los precios de todas las actividades, incluidos los servicios, mientras el aumento de los alimentos se traslada a los precios de los restaurantes, y así sucesivamente. Es el llamado efecto de segunda vuelta, que según la ortodoxia se enfrenta con la expectativa de una demanda deprimida de modo que las empresas no suban sus precios para mantener sus ventas y con trabajadores que no demanden reajustes salariales por temor a perder el empleo. Sus argumentos se basan en modelos de curva de Phillips estándar (que establece una relación inversa entre inflación y desempleo), por lo que cree necesario para bajar la inflación que prevalezca un largo período de alto desempleo y de caída de los salarios reales. No obstante, la inflación de este año se debió solo en parte a la caída del desempleo. La inflación es esencialmente importada, con un efecto inicial directo y un efecto posterior indirecto, agravado por la tendencia a la devaluación del peso. Pero si la inflación es importada y presiona los costos, la caída de la demanda debe ser mayúscula para evitar los efectos de segunda vuelta.
Mientras, el Banco Central subió en un punto, hasta 10,75%, la tasa de interés. Así, mes a mes desde el año pasado el Banco Central hace todavía más difícil la tarea de las pymes y de la mayoría de las empresas (las grandes se financian básicamente en el exterior) y deprime la inversión. Las tasas de los créditos de consumo y de las tarjetas llegan a niveles siderales, como si la inflación tuviera una causa predominantemente interna y hubiera un exceso de consumo de los hogares hoy inexistente. La banca aumenta sus márgenes y el llamado de una consejera del Banco Central a por lo menos subir las tasas de los depósitos es objeto de una insólita descalificación por la mayoría del Consejo. La ortodoxia sigue haciendo daño en Chile. Entienda el que pueda por qué se sigue esta política monetaria de hiper ajuste recesivo.
En julio, última cifra disponible, la actividad económica cayó en -1,1% en términos desestacionalizados en relación al mes anterior. Se trata del cuarto mes consecutivo de contracción de la producción de bienes y servicios. Considerando promedios trimestrales, la caída en mayo-junio es de -0,7% en comparación con el nivel de actividad de febrero-abril y de -1% respecto al del último trimestre de 2021. La disminución de la producción es fruto de la política monetaria de altas tasas de interés sumada a una política fiscal de fuerte restricción presupuestaria, a lo que se agrega un contexto internacional de menor crecimiento, especialmente en China, hacia donde se dirige el 39% de las exportaciones chilenas.
No estamos aún en recesión, pero muy cerca de estarlo. Declarar una recesión debe considerar si hay dos trimestres consecutivos de caída («recesión técnica»), o una caída muy profunda en un trimestre que marca el año (como en 2020) e incluir la evolución del empleo y otros indicadores de actividad. La tasa de desempleo desestacionalizada (7,6% de la fuerza de trabajo, variable que ha reincorporado a la mayor parte de los que sustrajeron de ella durante la pandemia) no sufrió variaciones en mayo-julio respecto a abril-junio. Por su parte, la tasa de desempleo que incorpora a las personas dispuestas a trabajar pero que no buscan empleo activamente alcanzó un 15,5%. Desde abril el nivel de empleo se mantiene estable, aunque en un año se han creado 700 mil empleos. Pero aún no se recupera el nivel de empleo total previo a la crisis, en circunstancias que la producción de bienes y servicios es ampliamente superior a ese nivel. Esto es consecuencia de una menor recuperación del empleo informal y por cuenta propia, pues el empleo asalariado formal (cotizantes dependientes) es hoy superior en 600 mil al nivel pre-crisis de 2020. No obstante, se produjo una caída preocupante de -1,5% entre mayo y abril (últimas cifras disponibles) del empleo formal.
En vez del ajuste ortodoxo hubiera tenido mucho más sentido realizar un «aterrizaje suave» (sobre el análisis de la inflación y las alternativas de política ver https://www.ineteconomics.org/…/inflation-in-the-time…), conteniendo los aumentos temporales de precios de los combustibles y de servicios básicos asociados a ellos mediante mecanismos de dilación de alzas en el tiempo más fuertes que los existentes. Y con una política que proteja los ingresos reales de los sectores más afectados y compense los aumentos de precios de los alimentos mediante una ampliación del mecanismo de suplemento de la asignación familiar -que hoy abarca a solo 1,5 millones de personas por un monto reducido- y un fortalecimiento del seguro de desempleo. Como subrayan Joseph Stiglitz y Dean Baker, “la formulación de políticas siempre se realiza en condiciones de incertidumbre, y hoy esta es particularmente grande”. Estos autores sostienen que en Estados Unidos la inflación y las expectativas inflacionarias ya se están moderando, por lo que “la Fed debe prestar más atención al riesgo que supone continuar el ajuste: en concreto, el riesgo de hundir a la vapuleada economía estadounidense en la recesión. Debería ser razón suficiente para que la Fed se tome un descanso durante este mes”. En todo caso, el banco central estadounidense ha efectuado subidas moderadas de la tasa de interés (hasta 2,25% anual), en contraste con la política de shock infundada de su equivalente chileno. Este debiera detener sus alzas de tasas y preparar una desescalada progresiva que considere la distensión de la inflación externa y evite una grave recesión.