Por Mario Valdivia V.
Pusimos todas las fichas en una democracia de mercado.
La clase empresarial – con ella, más o menos la derecha –, contando con mercados libres, invirtió en lo que invirtió y llevó al sistema económico en la dirección que le pareció rentable a cada uno de sus miembros.
Los trabajadores y las clases medias – con ellas, más o menos la izquierda – se atrincheraron en la democracia para agenciar sus afanes distributivos.
Y así estamos hasta hoy día.
Mucho capital y salarios bajos generan un sistema distributivo desigual, por definición.
Emerge la sospecha de que hay algo seriamente insuficiente. Algo de fondo, que comparten izquierda y derecha: el sistema democrático de mercado. Con este, ni crecemos ni distribuimos hace años. Los empresarios invierten en lo que es más rentable para ellos, sin preocuparse por el país – ¿podrían ser criticados por la falta de preocupación por la Nación como una unidad superior a sus empresas? – y la izquierda se concentra en distribuir lo que aquellos producen, sin preocuparse por aquello que se produce en el país – ¿habría que criticar su abandono de valiosas ideas históricas de la izquierda acerca de la importancia de fondo de la economía? Hay algo encerrado en un círculo, aquí. En un orden de mercado, lo que hay para distribuir depende de la naturaleza de la producción. Esta sigue a inversiones que ven en la explotación de recursos naturales lo más rentable. Mucho capital y salarios bajos generan un sistema distributivo desigual, por definición.
Hasta hace poco estaba de moda evaluar negativamente esa visión y ese empuje, que duró hasta los años setenta.
Después de la segunda guerra del siglo pasado, enfrentamos una situación similar. Agotado el sistema basado en la exportación de salitre, el capital privado no sabía adónde ir. Entra el Estado manejado por una clase profesional y técnica preocupada de la Nación, que le abre una nueva posibilidad histórica a Chile: la industrialización, la integración latinoamericana. Hasta hace poco estaba de moda evaluar negativamente esa visión y ese empuje, que duró hasta los años setenta. Pero ahí está la Endesa, privatizada con otro nombre, así como Celulosa Arauco y Celulosa Constitución (¿el mayor grupo empresarial en Chile hoy?), la CAP y la ENAP, el Banco Estado, entre otras empresas, vivitas y coleando, entre ellas algunas de la gran minería nacional. Todas le han prestado un gran servicio a Chile. Nuestros profesionales, técnicos y trabajadores especializados bien pagados se formaron en ellas.
Nuestros profesionales, técnicos y trabajadores especializados bien pagados se formaron en ellas.
La clave no fue tanto el Estado, como la emergencia de una clase – empresarial, profesional – y sus expresiones políticas, que osó hacerse cargo del futuro del país, inventando una dirección para llevarlo como Nación.
Y ahora que Chile va al garete de inversiones privadas y afanes distributivos de parche, ¿quién podrá ayudarnos?
Y ahora que Chile va al garete de inversiones privadas y afanes distributivos de parche, ¿quién podrá ayudarnos?