¿Capitalismo o bien otra cosa?

por Mario Valdivia

Un amigo y una amiga proponen prescindir del término «capitalismo«, por trillado y desorientador. Difieren, eso sí, en con qué quieren reemplazarlo. Uno sugiere «economía«, la otra «tecnología«. Advierto que las dos tienen impecables acreditaciones progresistas, aunque posiblemente algo oxidadas.

Economía, porque la capitalista es la única que existe, asegura mi amigo. Hay exitosas y fracasadas, pero capitalistas todas, en tanto que deben invertir cuidadosamente los recursos y las capacidades acumulados, no despilfarrarlos y hacerlos crecer. 

El capitalismo convirtió la sociedad en economía: las cosas y los seres humanos (en todas sus manifestaciones y posibilidades) en recursos, las relaciones (inluso las políticas y las más íntimas) en transacciones. Conocemos algunos resultados históricos: la democracia corrompida y manipulada, la intimidad de la espontaneidad personal penetrada y administrada, la naturaleza arrasada.

Si el capitalismo es el culpable, hay que destruirlo. O sea, sustituir la clase capitalista por el estado, y encargar a este agente político en las alturas con la tarea de inventar una nueva economía menos transaccional y destructiva. Es la tentación de una política voluntarista/instrumental/tecnológica. Un siglo entero giró en torno a esta creencia, pero la cosa no sale bien.

Mi amigo asegura que hoy se espera más de la reinvención granular de la economía en proyectos y experiencias locales menos transaccionales y más cuidadosas. Está por verse.  

Es lo que merece el escepticismo de mi amiga; le parece una ingenuidad. Según ella, mientras la tecnología con sus prácticas de carácter instrumental lo penetra todo, el entrampamiento en la eficacia de la naturaleza, la espontaneidad humana y la democracia no tiene arreglo. Concebiblemente se puede substituir la lágica económica transaccional por un instrumento tecnológico que sea tan eficiente como aquella – ej., asignar transaccionalmente pabellones de cirugía v/s mediante colas de espera con prioridades bien gestionadas-, pero igual somos cogidos en el orden instrumental en el cual todo tienen dis-puesto su lugar en el entramado de medios y fines; fines que no son más que otros tantos medios. La tecnología es primordial a la economía, entonces, y su eficacia nos entrampa en redes de relaciones instrumentales vacías.

Tecnología es el orden que tiene para todo un lugar bien calculado, y ahí lo dispone, sin poder hacer nada más que especificarlo crecientemente, convirtiéndolo en una prisión que se estrecha. Un puesto en un insectario. Mi amiga sugiere que oponerse a lo tecnológico, procurar cambiarlo, es una tarea más micro granular que hacer ensayos de una nueva economía. Consiste en cultivar sistemáticamente relaciones no instrumentales en la vida cotidiana. La pareja, la familia, la amistad, el arte, la artesanía, el deporte, la espiritualidad, son lugares que quizás aún podemos desgajar del orden tecnologico instrumental. Sí, son marginalidades, pero quizás la dedicación sistemática a ellas pueda esperanzarnos con merecer la visita de un Dios nuevo que desplace a la Eficacia Instrumental de su presente reinado.

Eso dice mi amiga: cultivar prácticas marginales diferentes que fundamenten un esperanzado invitar a lo nuevo. Delgadito el hilito, digo yo, pero posiblemente aprecia mejor la magnitud del lío histórico en que nos hemos metido.

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