El empleo en la economía chilena: Una estructura difícil

por Patricio Escobar

La discusión pública en Chile subió de tono junto a los últimos datos de empleo. Al 30 de julio solo se habían creado 141 nuevas ocupaciones respecto al año anterior, para una población en edad de trabajar que bordea los 16,5 millones de personas. Esto llevó a encendidos discursos y a que los expertos de turno se llevaran las manos a la cabeza para clamar al cielo por tan pobre desempeño, al tiempo que El Mercuriopodía titular: “Estancamiento total”.[1] Ante la pregunta de si las cosas pueden empeorar, es claro que sí: tenemos un terremoto pendiente ya en esta época.

Trabajar en la “fértil provincia”

Estar en plena campaña presidencial no contribuye precisamente a un debate sosegado en el que contrastar argumentos y un dato como este da para un festín entre las filas de la oposición, que no se cansa de recordarnos que todo avance en derechos sociales en el mundo del trabajo se paga caro, bueno… algunos pagan más que otros. Dicha afirmación, en atención a la evidencia, es una de las mayores falacias desde la última glaciación. Pero, con independencia de eso y como resultaba previsible, este antecedente se convirtió rápidamente en la estaca de madera que clavar en el corazón de la campaña de J. Jara. Después de todo, ella había sido la titular del Ministerio del Trabajo hasta hace poco.

Sin embargo, antes de hacer un juicio sobre la gestión pública es conveniente precisar algunos aspectos que son importantes y que debieran permitir una aproximación menos sesgada sobre un problema que nos acompañará por un tiempo indeterminado. El primero es que el papel del Estado en la creación de empleo está constreñido a una vía muy indirecta que se refiere a los resultados de la política económica y, si hablamos solo del Gobierno, ello se reduce a la política fiscal, porque el Banco Central define y ejecuta por su cuenta la política monetaria, ajeno a las incomodidades que supone la opinión de chilenos y chilenas. 

El total de la fuerza de trabajo en Chile (personas ocupadas + las desocupadas) alcanza a los 10,2 millones.[2] De ellas 939 mil corresponden al sector público,[3] sin contar con FF.AA. y de orden, con lo que llegaría a 1,2 millones aproximadamente y que equivalen al 11,8% de ese total. Por ese motivo, las variaciones que experimenta ese contingente nunca alcanzan a incidir de manera importante en el comportamiento general del mercado laboral. Como referencia, en España el empleo público alcanza los 3,6 millones, para una fuerza de trabajo de 21,2 millones;[4] esto es un 17% y el efecto de su expansión o reducción tampoco resulta muy significativo en términos globales.

El segundo aspecto es más importante en la evolución del mercado laboral y trata acerca de la estructura productiva de la economía. En Chile, la reconversión productiva tuvo dos momentos importantes: el primero a inicios de los años 80 del siglo pasado cuando se desplegaron las llamadas “modernizaciones” por parte de la dictadura y que vinieron a consolidar el neoliberalismo implementado poco antes, que consistieron en la apertura al comercio mundial y la desregulación de los mercados internos. Eso provocó una progresiva desindustrialización. El segundo momento vino con la transición a la democracia y la mayor integración de la economía chilena a los flujos de comercio y capital en el contexto de la “globalización”, lo cual aceleró la inversión extranjera en el sector de la minería. En el año 1973, el PIB de la industria alcanzaba al 26% del producto total, por encima del 22% de 1960 y del 19% de 1982.[5]

Elaborados con datos de www.bcentral.cl Excluyen impuestos.

La importancia de la estructura que posee una economía respecto al problema de la ocupación, es que el sector industrial es capaz de resistir en mayor medida las fluctuaciones de la actividad económica. No así el sector de servicios, particularmente cuando no se trata de aquellos más intensivos en capital o alta calificación. Un shock en la economía, ya sea motivado por una condición del mercado internacional como fue la crisis del año 2008 o una circunstancia excepcional como fue la pandemia, afecta la actividad económica y, por tanto, a la creación de empleo. Sin embargo, si la ocupación en la economía tiene un componente importante asociado a las actividades primarias (agropecuario, pesca y minería) o a la industria, el efecto en el empleo se ve amortiguado en una primera etapa. Un agricultor o un productor de leche verá caer los precios de sus productos por una baja demanda, pero no evitará cosechar u ordeñar las vacas salvo cuando los precios estén por debajo de los costos e incluso ahí resistirá antes de ver deteriorarse sus predios o morir sus vacas infladas de leche. En el caso de la minería o la industria, el volumen de capital (instalaciones, maquinarias y equipamiento) dificulta ajustes muy inmediatos a la producción frente a la crisis. Además, generalmente poseen compromisos de entrega de los bienes que producen que impiden ajustar la plantilla de trabajadores en el corto plazo. Es claro que en una crisis de larga duración, estos sectores también acaban afectados, pero ello ocurre después.

Distinto es el caso de las actividades de servicios y entre ellas las menos complejas o de menor calificación. El segmento de ventas, de asistencia personal o el administrativo están expuestos a perder su empleo mucho antes que lo pierda un consultor en TIC’s o un analista de finanzas. Básicamente porque en el primer caso puede haber un ajuste prácticamente automático ante la caída de la demanda por esos servicios, ya que, llegado el momento de recuperar esos puestos de trabajo, la oferta será generalmente amplia. En ese contexto, una economía de servicios de baja complejidad, como es el caso de la chilena, sufre con más fuerza los impactos que provocan en el mercado laboral las caídas en la actividad económica.

La debilidad estructural del mercado laboral chileno

Esta condición de la ocupación en Chile, en que al interior del sector servicios casi la mitad corresponde a aquellos de baja calificación, se vio expuesta a un shock externo inédito en 2020, al que distintos analistas comparan con la llamada “gripe española” de 1918, y los más exagerados con la “peste negra” de 1347. Como fuera, no la esperábamos y menos estábamos preparados para ello. Su impacto en el mundo fue devastador.

Tomado de informe BID https://blogs.iadb.org/trabajo/es/el-mercado-laboral-desde-el-covid-19/

En el caso de Chile, el efecto no fue distinto a lo que ocurrió en el resto del planeta, aunque tuvo ciertas particularidades. El violento derrumbe de la ocupación no se tradujo en un incremento reflejo del desempleo, sino en un drástico crecimiento de la inactividad. Esto indica que en momentos en que se pierden puestos de trabajo, una parte de las personas que los han perdido no busca un nuevo empleo, sino que pasa a una condición de inactividad lo que constituye una forma de desempleo disfrazado y que en este caso está asociado a las características de la crisis.

Elaborado con datos de www.ine.cl

Elaborado con datos de www.ine.cl

El año 2020 la ocupación se redujo en 1,05 millones de puestos de trabajo (línea azul) de un total de 9 millones. De las personas que perdieron su empleo, 233 mil se dispusieron a buscar uno nuevo y 1,15 millones estaban en condición de inactividad. Todo ello debe comprenderse en el contexto de los sucesivos confinamientos y restricciones al funcionamiento normal de las actividades económicas. Cabe destacar el sesgo de género de los efectos de la crisis. Las mujeres representaban al año 2020 el 41,1% de los ocupados, pero del total de puestos de trabajo perdidos, los femeninos fueron el 51,7%. De esas 545 mil mujeres que dejaron de trabajar remuneradamente, solo el 29,2% se mantuvo en la búsqueda de otro empleo, pero 641 mil se mentuvieron en la inactividad, lo que refleja la incidencia de las actividades de cuidado y protección familiar que elevan su importancia en el contexto de la pandemia. La gráfica anterior refleja que recién este año 2025 los componentes de la población en edad de trabajar mayores de 15 años (ocupados, desocupados e inactivos) comenzaron a normalizarse.

Efectos más permanentes

La crisis ha dejado una huella en el mundo del trabajo. La tasa de desocupación ha tendido a estabilizarse por encima de la situación anterior, pero lo más preocupante es que la cantidad de trabajo que se aplica en la economía ha caído, lo que es consistente con un producto per cápita que en promedio no llega al 2%.

Elaborado con datos de www.ine.cl

La cantidad total de horas trabajadas se ha reducido porque las personas ocupadas lo están en jornadas más cortas. Mientras la tasa de desocupación saltó de 7,2% a 10,5% con motivo de la pandemia, la recuperación la ha dejado en torno al 8,5%. Sin embargo, si en 2010 el 35,8% se desempeñaba en jornadas parciales, lo que era similar en 2019, actualmente ese porcentaje llega a 75,9%. Ello es preocupante, porque del total de ocupados a jornada parcial, una proporción importante no lo hace voluntariamente.

Elaborado con datos de www.ine.cl

Todo este proceso se ha acompañado de un mayor crecimiento relativo de la inversión, en particular en maquinaria y equipos.[6] De este modo, estamos en presencia de un cambio en el mercado laboral motivado por la crisis económica resultado de la pandemia y una tendencia a la sustitución de trabajo por capital. Una economía que crece, aunque sea moderadamente, pero aplica menos trabajo, está incrementando la productividad por la vía de incorporar más tecnología a los procesos productivos.

Es cierto que la creación de empleo solo fue de 141 puestos de trabajo, lo que supone un crecimiento de la ocupación del 0,015%, que es algo muy parecido a “nada”. Pero esto es un saldo entre el crecimiento de los asalariados del sector privado y la reducción de asalariados del sector público. Sin embargo, está lejos de ser lo significativo puesto que se trata de un fenómeno coyuntural. 

La estructura de la economía chilena no se modifica en el corto plazo, y la actual es especialmente sensible a los desequilibrios. Posee una gran capacidad de creación de empleos, pero con igual facilidad los elimina. En este caso se ajustó al shock externo de la pandemia vía trabajo, con más desempleo, menos horas trabajadas y más trabajadores a tiempo parcial. Este camino constituye la vía tradicional y supone una mayor precarización. Estas condiciones hacen del mercado laboral en Chile una dimensión sensible para la cual el Gobierno no cuenta con herramientas muy eficaces o de efecto inmediato. Constituye una espada de Damocles que pende sobre la cabeza del Gobierno, el de ayer, el de hoy o el que vendrá.

(*) Imagen de entrada: Manel Fontdevila. www.eldiario.es


[1] https://www.emol.com/noticias/Economia/2025/07/30/1173588/empleos-ine-creacion.html

[2] https://www.ine.gob.cl/estadisticas/sociales/mercado-laboral

[3] http://www.dipres.cl/598/articles-376776_doc_pdf.pdf

[4] https://www.ine.es/dyngs/IOE/operacion.htm?numinv=31121

[5] https://www.bcentral.cl/documents/33528/133439/bcch_archivo_098139_es.pdf

[6]https://si3.bcentral.cl/Siete/ES/Siete/Cuadro/CAP_CCNN/MN_CCNN76/CCNN2018_G2/637801113246792384?cbFechaInicio=2010&cbFechaTermino=2025&cbFrecuencia=QUARTERLY&cbCalculo=NONE&cbFechaBase=

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