En una época en que el exceso era sinónimo de distinción, Eugenia Huici de Errázuriz eligió el silencio del blanco, la geometría del vacío, la elegancia de lo esencial. Chilena de nacimiento, europea por vocación, tejió su vida entre los pliegues del arte y la austeridad, convirtiéndose en una figura que desafiaba tanto los cánones sociales como los estéticos. Su casa no era un palacio, sino un manifiesto; sus gestos, una coreografía de resistencia contra el ornamento inútil. En ella, la modernidad encontró una aliada inesperada: una mujer que, sin pintar ni esculpir, modeló el gusto de una generación y fue vanguardia sin buscarlo
Nacida en 1860 en La Calera, entre el polvo mineral y las brisas del valle central chileno, Eugenia Huici creció en una familia marcada por la riqueza minera y la severidad religiosa. Su padre, Ildefonso Huici, empresario boliviano, había amasado una fortuna en las minas de plata de Potosí, mientras su madre, Manuela Arguedas, de ascendencia vasca, cultivaba una disciplina férrea en el hogar. Eugenia fue una de trece hermanos, educada en el Colegio de los Sagrados Corazones de Valparaíso, donde, como toda señorita bien, aprendió inglés y francés, lenguas que más tarde serían pasaporte y refugio.
Desde joven mostró una inclinación por la sobriedad, una preferencia por lo esencial que contrastaba con el barroquismo de la aristocracia chilena de la época. No era una rebeldía estridente, sino una resistencia silenciosa, casi monástica. A los veinte años, se casó con José Tomás Errázuriz, pintor y diplomático, miembro de una de las familias más influyentes de Chile. El matrimonio fue, en apariencia, una alianza entre arte y tradición, pero pronto se revelaría como el umbral hacia una vida radicalmente distinta.
Tras vivir en San Felipe y luego en Santiago, y el nacimiento de su primera hija, la pareja se trasladó a Europa, primero a Londres y luego a París. Allí, lejos de los salones criollos y las convenciones sociales, Eugenia comenzó a despojarse de lo accesorio. Europa no fue solo un cambio de geografía, sino una metamorfosis estética y espiritual. En sus nuevos círculos, no buscó protagonismo, sino influencia; no acumuló objetos, sino ideas. Así comenzó su tránsito hacia el papel que la historia le asignaría: musa y mecenas de la vanguardia, arquitecta invisible de una revolución silenciosa.

Es tan hermoso que ni siquiera hubiera permitido a mi padre tenerlo. Pablo Picasso sobre un retrato que hizo de Eugenia Huici.
En el corazón de La Mimoseraie, su villa en Biarritz, Eugenia Huici no solo ofrecía hospitalidad: ofrecía visión. Allí, Pablo Picasso pasó su luna de miel con Olga Khokhlova y pintó murales en tinta azul sobre las paredes blancas que Eugenia había despojado de molduras y ornamentos. La retrató al menos 24 veces, y llegó a decir de uno de sus bocetos: “Es tan hermoso que ni siquiera hubiera permitido a mi padre tenerlo”. Eugenia no fue su amante, pero sí su mentora silenciosa. Lo refinó, lo presentó a Diaghilev, lo preparó para su audiencia con el rey de España, y lo ayudó a construir una clientela que transformaría su arte en fuerza de mercado.
Fue Jean Cocteau quien los presentó en 1916, iniciando una amistad que se extendería por décadas. Cocteau veía en Eugenia una figura casi monástica, una presencia que no necesitaba palabras para influir. En cada rincón de su casa se proyectaba una estética purista, una línea de austeridad que desafiaba el exceso de la Belle Époque.

Igor Stravinsky, por su parte, encontró en Eugenia una comprensión “sin igual respecto a un arte que no era el de su generación”. En su autobiografía, el compositor ruso recuerda con gratitud el piano que ella le proporcionó al llegar a París: “Nunca he querido tanto a ninguno como a ese”. Eugenia no solo lo apoyó materialmente, sino que lo comprendió en su esencia, en su búsqueda de lo esencial, en su ruptura con las formas establecidas.

Blaise Cendrars, el poeta suizo, la llamó su “ángel guardián” y le dedicó dos libros escritos en La Mimoseraie. Arthur Rubinstein, el pianista, le consagró diez páginas en sus memorias, afirmando: “Ella tiene el don de ver, de oír y de sentir los verdaderos valores, la verdadera belleza”.

Y Cecil Beaton, el fotógrafo y diseñador británico, le dedicó un capítulo entero en The Glass of Fashion, titulado “La dama de Chile”. Describió su casa como un manifiesto de simplicidad: En las paredes blancas, Picassos abstractos sin marcos; en las ventanas, cortinas de lino a rayas azules y blancas, fresquitas, con cara de recién lavadas; y el diván y las sillas tapizadas con género de algodón color índigo.
Aunque Eugenia Huici nunca diseñó un mueble ni firmó un manifiesto, su sensibilidad estética transformó el modo en que se concebía el espacio. Fue Jean-Michel Frank, el diseñador francés que revolucionó el mobiliario moderno, quien la consideró su mayor fuente de inspiración. Frank adoptó su paleta de blancos, sus materiales humildes —madera sin barniz, lino, pergamino— y su rechazo al ornamento. Decía que Eugenia le había enseñado que “el lujo verdadero es el vacío bien habitado”.
Su influencia se extendió también al mundo de la arquitectura. En 1927, tras enviudar, Eugenia encargó a Le Corbusier los planos para una casa en Zapallar, en la costa chilena. El proyecto, conocido como Maison Errázuriz, nunca se construyó en Chile, pero sirvió de inspiración para una vivienda similar en Japón. La casa proyectada por Le Corbusier incorporaba elementos como techumbres inclinadas, dobles alturas, pilotes de concreto y piedra como basamento, todo en sintonía con la estética sobria y funcional que Eugenia promovía.
Su casa en Biarritz, La Mimoseraie, fue el laboratorio donde esta estética se materializó. Allí, el arte no se colgaba: se respiraba. Cada objeto tenía un propósito, cada vacío, una intención. Su estilo no era una moda, sino una filosofía que anticipó el minimalismo y redefinió el lujo como ausencia de exceso.
La Segunda Guerra Mundial marcó el ocaso de La Mimoseraie. Muchos de sus amigos, ahora famosos, dejaron de visitarla. Su fortuna se había desvanecido, y la casa fue vendida junto con sus pinturas de Picasso para poder subsistir. En 1947, Pablo Picasso, uno de los pocos que no la olvidó, le envió dinero y le pagó el pasaje para que regresara a Chile. Fue un gesto de gratitud, de reconocimiento a quien había sido su mentora silenciosa, su “otra madre”, como la llamó el historiador John Richardson.
Eugenia se instaló en sus fundos de La Calera, donde vivió sus últimos años en discreción. Murió en Santiago en 1951, a los 90 años, producto de un accidente automovilístico. Durante décadas su figura permaneció en la penumbra, como si su estética del vacío se hubiera extendido también a su memoria.
Es cierto que pertenecía a una élite y que ello le abrió las puertas al mundo artístico e intelectual europeo, sin embargo, ella poseía algo más que status; una rara y escasa sensibilidad para adelantarse a su tiempo y sintonizar con lo que el futuro traería años después. Si bien sus inicios están en los grandes palacios de París o Londres, con el tiempo su sensibilidad dio un giro y la llevó a inclinarse por la síntesis formal, lo que aplicó en su colección de arte, en sus casas y en su manera de vestirse. Francisco Javier Court, director corporación cultural de Las Condes.

Sin embargo, en el siglo XXI su figura emerge con nueva luz. Historiadores, curadores y artistas han iniciado un proceso de rescate de su legado, reconociendo en ella no solo a una musa de la vanguardia europea, sino a una chilena visionaria que anticipó el minimalismo y redefinió el arte de vivir.
En marzo del 2016, se realizó una exposición sobre Eugenia Huici en la Casa/museo Santa Rosa de Apoquindo y desde junio de 2025, el sitio pinturachilena.cl ha inaugurado una exposición virtual dedicada exclusivamente a Eugenia, curada por la historiadora Solène Bergot. La muestra reúne retratos pictóricos, esculturas, objetos personales y documentos que permiten reconstruir su vida y su influencia artística. Entre los tesoros exhibidos se encuentran obras de Albert Besnard, Ivan Meštrović, y fotografías inéditas, acompañadas por extractos de cartas y memorias que revelan su rol como mecenas y musa.
Este gesto de memoria no solo honra su figura, sino que restituye a Eugenia Huici el lugar que le corresponde en la historia cultural de Chile y del mundo. Su vida, tejida entre continentes, artistas y silencios, sigue inspirando a quienes buscan en la sobriedad una forma de belleza, y en la discreción, una forma de poder.

Tocada por el arte como por gracia divina, viviendo en departamentos repletos de pinturas cubistas, mientras un pintor cubista vivía para ellas, éstas (las pinturas) vivían solo para él. Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, narrando que había estado presente cuando Eugenia desempacó los lienzos y dibujos cubistas de Picasso después de la Guerra.
Eugenia Huici de Errázuriz pertenece a esa constelación de mujeres que, sin buscar protagonismo, transformaron el arte desde los márgenes. Como Elsa Schiaparelli, con quien compartió afinidades estéticas y amistades en común, Eugenia entendía que la belleza no reside en el exceso, sino en la intención. Ambas desafiaron los cánones de su tiempo: Schiaparelli desde la moda surrealista, Eugenia desde la arquitectura del vacío. Se cruzaron en París, en salones donde el arte se respiraba más que se exhibía, y compartieron una visión que privilegiaba lo audaz, lo esencial, lo inesperado.

Como Romaine Brooks, que la retrató con sombras y contornos sobrios, o Gabrielle Chanel, que también admiró su estilo, Eugenia fue parte de una genealogía de mujeres que no decoraron el mundo, sino que lo rediseñaron. Desde sus márgenes, desde sus silencios, desde sus gestos mínimos, tejieron una estética que aún hoy nos interpela.
Aún hoy millones de casas y de oficinas en todo el mundo que responden a los cánones estéticos impuestos en la decoración de interiores por la aristocrática señora de Errázuriz y el atormentado Frank. (Extracto de un reportaje realizado en Argentina con ocasión de una gran exposición en honor al diseñador Jean Michel Frank y a Madame Errázuriz).
1 comment
Excelente relato. Felicitaciones. Estoy invesigando a Eugenia Huici en las diersas fuentes que he podido encontar. He aprendido de ella aquí en la cuna de su nacimiento en La Calera, donde las calles llevan el nombre de Huici y la historia local recuerda a Ildefonso Huici como una de los forjadores de La Calera a partir de 1840. Saludos cordiales.