En la mañana del domingo 25, temprano, cayó en mi wassup un texto ligero, tan liviano, que uno casi podía sentir la brisa mientras leía: “Amado, en la madrugada, fueron los pájaros y una curiosa danza de árboles y de hojas anunciando que el gran caminador, el flaco y enjuto caballero de tranco largo, se despedía. Nuestro hermoso sabio, descifrador de enigmas, del canto de kultrunes, amigo de Violeta, de las ñañas y las ñuques, inclaudicable en el ejercicio de la revolución de estrellas y rizomas.” La mensajera y autora: la actriz Malucha Pinto.
Con la velocidad de un tornado, se compartía la noticia. El embajador en Estados Unidos Juan Gabriel Valdés informaba a través de las redes sociales que “hoy ha fallecido a los 98 años Luis Gastón Soublette, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, filósofo cristiano, musicólogo, amante de la cultura mapuche, profesor de la Universidad Católica, para mí, mi querido tío y padrino«.
Flaco, alto, de huesos largos, un Quijote versión chilena. El esteta, el musicólogo, el profesor, el filósofo, el maestro, el experto en la cultura mapuche, el sabio de la tribu, el padre, el abuelo, el amigo. Con su infaltable poncho mapuche, su bastón, su caminar pausado, pero erguido. Su rostro blanco, ahora manchado por la huella del tiempo, con profundos surcos, su pelo blanco, su barba blanca, su bigote blanco, sus tupidas cejas blancas. Cada vez que miraba a Soublette me parecía que estaba nevando.
Gastón, el viejo del poncho, el que tocaba la flauta, la pifilca y el kull-kull. El que parecía eterno, el hombre infinito. Había enfrentado todos los retos: problemas intestinales, un cáncer al colon, una operación de cataratas (hubo desprendimiento de retina), una bronquitis severa que lo había dejado con un pulmón dañado. Y aunque él no se quejara de nada, tenía el cuerpo cansado. Y el alma crujía. Estaba muy débil. Cierto, pensaba mucho en la muerte, pero no tenía ganas de morirse, no aún.

Dicen que tuvo una partida serena, acompañada. Había sido un proceso largo, pero él había dado la pelea hasta el final. Como era su estilo. Bajo un cielo encapotado, la ceremonia se inició cerca de las dos de la tarde, en el cementerio 1 de Valparaíso. Corría viento. Lo despedían su familia, amigos, exalumnos, anónimos. Las machis reunidas aseguraron que Gastón era uno de ellos, un lonko. Camila Nieto, alcaldesa de Valparaíso, dijo que “la manera de mantener vivas las reflexiones de Gastón es tratando de encontrar nuestro propósito de vida en lo cotidiano, en ese amor al prójimo, y en esas tantas enseñanzas de un Cristo vivo y real. Bienvenido, Gastón, a los cerros de Valparaíso y que tengas un hermoso viaje de retorno a la fuente del amor universal.” Cuando los asistentes se retiraban el sol brillaba con descaro y la vista a la bahía era alucinante. Todo había salido sin tropiezos. En gran parte gracias al propio difunto, quien había preparado minuciosamente su despedida. Hasta las lecturas bíblicas las había elegido él.
Hombre previsor, dos años antes le había encomendado a su asistente personal Javiera Blanco, directora de comunicaciones de Ediciones UC, la creación de una fundación que llevara su nombre. Le dejó un papel escrito a mano con diez puntos de lo que él quería que fuesen sus objetivos. Incluso alcanzó a editar su último libro Miradas sobre el siervo de Dios, que saldrá publicado en julio. “El cuerpo no lo acompañaba, pero estaba más lúcido que nunca. Trabajaba con un ímpetu gigante porque estaba consciente de la urgencia”, recuerda ella.
El exembajador Carlos Parker, vecino de Soublette en Limache, fue a la iglesia y al velatorio en su casa. “Pasé por su casa ayer de vuelta de la misa. Me detuve frente a su puerta. Me quedé pensando en él. Nunca había entrado a su casa hasta que Gastón murió. “
Parker recuerda que “la primera vez que lo vi fue en la calle Bandera, hace unos 35 años. Estaba tocando una flauta en un pasaje que da a un museo en la esquina. Yo me quedé harto rato mirándolo, hipnotizado con su presencia, su barba blanca, su pelo largo. Después averigüé quién era. Me dijeron que era profesor universitario. Después supe que era filósofo, era un sabio el viejo. Siempre lo admiré, más después de haber visto sus documentales. Mucho después, yo vivía en Limache y me enteré que Gastón vivía en la casa de al lado. A veces lo acompañaba, caminábamos, hablaba con él.”

Autor de una veintena de libros y múltiples ensayos sobre diversas materias de alta calidad intelectual y académico, Soublette usaba la máquina de escribir. No tenía celular, tampoco correo electrónico. Fue pieza angular de la Universidad Católica, allí hizo clases e investigaciones durante casi siete décadas en las áreas de filosofía, estética, música y teología. Enseñó arte y religión, arte y humanismo, raíces hispánicas del folclore poético musical de Chile, estética de la poesía de Pablo Neruda, simbología del cine, pensamiento oriental, sabiduría chilena de tradición oral. Fue director del Instituto de Estética de la UC, y durante la dictadura luchó con fuerza para que no fuera clausurado. Desde allí le abrió las puertas al mundo popular y le donó a la universidad y al país su gran colección que dio lugar a la Sala de Pueblos originarios, una exposición permanente que desde hace más de diez años se exhibe allí.

Nació en Antofagasta y estudió en el colegio Los Padres Franceses de Viña del Mar. Debió haber sido abogado, le hizo empeño, pero después de un par de años en Derecho de la Universidad de Chile, abandonó la carrera. Más tarde diría que fue una pérdida de tiempo, que sufrió mucho. Además, estudió un año de Arquitectura en la Universidad Católica de Valparaíso. Tampoco era lo suyo. “Debí haber estudiado Antropología”, dijo una vez. Partió a Francia y en el Conservatorio de París estudió musicología y composición con los maestros Nadia Boulanger y Edmond Marc. Allí conoció a su esposa Bernadette Saint Luc, una mujer refinada, cantante de ópera. (murió el 2019). Tuvieron tres hijos: Francisco, Isabel y Violaine.
Carismático, empático, de una insaciable curiosidad, buscador de mundos, tuvo siempre una estrecha relación con profesores y estudiantes. Los invitaba a explorar, analizar, a dialogar, pensar juntos. A veces invitaba a un grupo de jóvenes al restorán Las Lanzas en la Plaza Ñuñoa a conversar. “Es muy interesante oírlos pensar”, decía. En una de sus últimas conversaciones, cuando le preguntaron cuál había sido su momento más feliz, respondió sin dudar: ‘Todos los años que hice clases’. Durante la dictadura fue un férreo anti pinochetista y defendió con coraje a sus alumnos en sus huelgas, sus protestas, e impidió varias veces que fuesen detenidos.
Blanco recuerda que “le cargaba hacer pruebas, calificar a los alumnos. Le gustaba sentarse a conversar con ellos. Sus clases eran libres, de descubrimiento personal, de reflexión profunda. La mitad eran alumnos formales de carreras muy diversas y la otra mitad eran oyentes frecuentes, de todas las edades y disciplinas. Era muy transversal y muy original. Comenzó a hablar de ciertas temáticas en una época en que nadie más lo hacía.”
Con la pandemia tuvo que suspender las clases.
La docente y directora del coro de la Universidad de Talca Paula Elgueta cuenta que “tuve, de corazón lo digo, el gran honor de tomar un semestre de filosofía china con él. Los martes en la tarde, un curso chiquitito -un máximo de diez personas- en el ex Pedagógico de la Universidad de Chile (ahora se llama UMCE), a principios de los ‘90. Ahí llegábamos todos los pocos que éramos, con lluvia o como fuera, porque era realmente un espacio tan alto. Ese semestre aprendí del I Ching, pero él conectaba con todo, cada conocimiento que compartía estaba vinculado a fuentes de sabiduría. Fue un lujo, algo que atesoro y agradezco a la vida.”
No fue fácil que obtuviera el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. La tercera fue la vencida. Después de dos intentos fallidos, en junio de 2023 los miembros del honorable jurado recibieron una carta que contaba con la adhesión de siete mil 620 personas, que pedían que Soublette fuera el galardonado. Javiera Blanco fue clave en el logro. Él le dijo: “Nos ganamos el premio.” El jurado lo reconoció como “un estudioso de la humanidad, un humanista que ejerce tanto el rol crítico del conocimiento como el valor del saber humano en su relación con la naturaleza, un sabio necesario en los tiempos que vivimos, un inspirador que reúne distintas disciplinas con la autoridad que pocos tienen, un hombre de paz, con una gran sensibilidad para vincular distintas culturas, religiones y cosmovisiones…”.

Sus dos grandes maestras fueron Violeta Parra, que le dio la misión de preservar la cultura popular y la sabiduría tradicional, y Lola Hoffman, que lo inició en el mundo de la filosofía oriental. Fue discípulo de Mahatma Gandhi, y del filósofo italiano Giuseppe Lanza del Vasto, quien lo conectó con la India y el pacifismo. Ahondó e investigó sobre los sabios chinos y escribió diversos libros sobre el Tao, su virtud Lao Tse, o El I Ching y la sabiduría histórica. Más tarde aplicaría su conocimiento al trabajo con destacados folcloristas nacionales como Violeta Parra, Margot Loyola, Gabriela Pizarro y Héctor Pavez.
Se definía como un pacifista, un cristiano, no católico. Creía en Jesucristo, cuestionaba mucho a los santos, las vírgenes, el fetichismo. Decía que no debía haber ningún intermediario entre Cristo y la gente. Consideraba que Jesucristo era el gran sabio popular, el profeta mayor. Creía en el reino de los cielos, la resurrección. A quien lo quisiera escuchar le decía que Chile es “un país echado a perder en cuanto a la calidad humana” y que “la corrupción es tremenda”. Su frase favorita, que sonaba como una feroz advertencia, era ¡Va a quedar la grande!
El consultor ambiental y gestor cultural Carlos Prosser compartió con Soublette una amistad de 42 años. Dice que fueron “socios planetarios” de lo que llamaban “la tribu”, integrada por Lola Hoffman, Francisco Varela, Sergio Vergara, Gonzalo Pérez, Ximena Abogabir, Nicanor Parra y René Schneider. El sabio, remata, fue “un ejemplo de ego a buen recaudo, sencillez y calidez humana.”
“Mi papá fue alguien especial, imposible de clasificar”, me escribe Violaine. “Nos criamos dentro de un marco de cultura francesa, en torno al arte y la belleza, de a poco me fui dando cuenta de que nuestra vida era distinta al resto, no todas las casas eran visitadas por Tomas Lefever, Pablo Neruda, Marta Colvin, Enrique Lihn y tantas otras personalidades que vi desfilar. Mi papá tenía el control de lo que se escuchaba y se leía en casa, por eso mismo nuestra relación se volvió conflictiva en el paso a la adolescencia en que uno quiere forjar su propia identidad.”
Soublette, el padre, fue agregado cultural de Frei Montalva en París. A su regreso, recuerda su hija, “fueron mutando sus intereses, comenzamos a escuchar sobre la filosofía oriental y luego vimos a mi papá volcarse completamente hacia las culturas de América, muy especialmente la mapuche. En esa época mis padres no estaban juntos, fue un período difícil para todos y muy especialmente para mi querida madre. Afortunadamente, se reencontraron quince años después y se fueron a vivir a Limache, donde se reestableció la armonía familiar para los hijos y los nietos que lo pasaban increíble con un abuelo que les inventaba tesoros escondidos y les ponía películas antiguas.”

En Limache lanzó el ancla y, rodeado de árboles, cultivó su amada huerta, sus hortalizas frescas. Comía sano, tomaba poco alcohol. Meditaba mucho. Según él la meditación renovaba la energía. Era asiduo invitado del restorán El Huerto. Le encantaba el jugo de zanahoria, bueno para la sopa y el consomé. Cuando viajaba a Santiago se quedaba en casa de su única hermana Silvia (murió en 2020, el día del cumpleaños de Gastón). Eran amigos, se llevaban muy bien.
Me sentí regaloneado por él, cuenta Prosser. “Impulsado a vivir una complicidad sin límites, de abismal franqueza no tan solo en lo íntimo muy personal, también en lo social relacional. Era un buen amigo, de aquellos que te protegen y te hacen sentir que para él eres valioso. Gastón quería luchar, hasta el último aliento, por un despertar de conciencia que honrara a la Tierra y la dignidad humana. Y lo logró.”
1 comment
Qué gran articulo para una persona de esa envergadura. Miy merecido y una hermosa sintesis entre los hechos y los sentimientos.
Felicitaciones