Destacan las personas de talento que son capaces de trabajar y vivir según sus convicciones.
Claudio Di Girolamo fue un humanista que dejó una huella fecunda en el variado campo de las artes. Como pintor, escultor, hombre de teatro, television y cine. Sus obras están impregnadas de valores e interrogantes, las más de ellas con una clara impronta religiosa.
Si algo lo caracterizó como artista fue su cercanía con el pueblo. Encontró inspiración escuchando a la gente, estableciendo un vínculo de comunicación y escucha con las personas.
Desde muy joven se sumo al trabajo solidario en los barrios populares de la época. Era un Chile muy pobre y desigual, que golpeó su conciencia juvenil formada en la guerra y en la post guerra una vez derrotado el fascismo de Musolini.
Vivió Claudio, con entusiasmo, las luchas del pueblo chileno. En especial, los cambios que marcaron las décadas de los 60 y 70.
Cuando vino el golpe militar mantuvo firme su compromiso. No solo ayudando a muchas personas, también contribuyendo a denunciar los abusos y las injusticias. Ahí dejo su marca en múltiples obras de teatro en el Ictus y luego llevando su relatividad a través del teatro popular.
En democracia participó activamente en los proyectos de cultura y, en especial, anotando el movimiento de creadores y artistas que, junto a diputados de todos los partidos, hizo posible la creación del Ministerio de la Cultura. No le importaban ni los cargos ni los títulos. Buscaba sin cesar y hasta el final, participar con su arte en los cambios que vivía la sociedad.
Era una persona de espíritu inquieto, mente abierta. Lo animaba la esperanza de ir descifrando los pliegues del misterio en que vivimos. Su fe fue siempre un motor, nunca una traba.
Claudio fue hijo y hermano de artistas y sus hijos siguen la misma senda.
Para mi, como sobrino, fue un compañero y un ejemplo muy difícil de alcanzar.
Porque Claudio entrego su vida a los demás. Hizo el bien y dejo un legado en que su espíritu seguirá interpretando a las generaciones que vendrán.
