El término acuñado por Charles Baudelaire tiene como base la dicotomía; esa misma fuerza que tira de un lado a otro a la escritora chilena quien se mueve entre sus ansias de libertad y la necesidad de permanecer atada al hombre que amó.
María Luisa Bombal tenía veintitrés años cuando publicó, en Argentina, La última niebla (1934), su primer libro. La obra apareció en la editorial Francisco A. Colombo, a cargo de Oliverio Girondo, con prólogo de Norah Lange. Había llegado a Buenos Aires un año antes, con el afán de olvidar un amor no correspondido. Llevaba consigo una herida de bala autoinfligida en su hombro. La escritora escapaba del dolor: el spleen que la jalaría entre su constante desilusión amorosa y la libertad de las letras.
Para comprender el concepto “Spleen” es necesario ubicarnos en febrero de 1848 cuando estalló en París la Tercera Revolución, que tuvo como resultado final la instauración de la Segunda República Francesa. Charles Baudelaire, con 26 años, una carrera diplomática fracasada y llevando sobre sus hombros la fama de bohemio y adicto al alcohol y drogas, acudió a las barricadas acompañado de su atuendo de dandy y con un moderno fusil agitó al pueblo.
Su padrastro huyendo de la revuelta social, tomó un cargo como embajador en Estambul y se marchó con la madre del poeta. Pero prontamente Luis Napoleón escala como presidente al trono imperial y permanece allí tres años, cosa que indigna a Baudelaire porque de alguna manera era una vuelta a lo mismo.
La modernidad será la mayor problematización de la literatura del francés, la dicotomía planteada en términos del viejo mundo y el nuevo mundo que chocan y colisionan ferozmente; dicotomía que se potencia con la revolución francesa de 1789 (desde una perspectiva política y social), y con la repentina escalada y apogeo del capitalismo industrial de mediados de siglo XIX (desde lo tecnológico y lo social); dicotomía que será superada en razón del dominio absoluto del nuevo mundo de la mano del imperio de la “novedad” o lo “nuevo” como máxima premisa o normativa.

En El spleen de París (1857), es ese romper con las formas tradicionales sobre todo del romanticismo, así como también experimentar un profundo cambio desde el fondo o contenido. En esa ruptura Baudelaire no reniega del todo de la estética romántica, sino que encabezará una nueva perspectiva literaria, pero ya no se quedará anclado a la fascinación y obsesión del anterior movimiento con la naturaleza sino que trasladará su escenario a la ciudad.
La mujer es indudablemente infeliz aunque tal vez los acariciantes goces de la gloria no le sean del todo ajenos. Hay desgracias más irremediables y sin compensación. En el mundo al que fue arrojada, a la mujer jamás se le ocurrió que merecía otro destino.
(Fragmento, La Mujer Salvaje y la pequeña amante- El spleen de Paris).
Demasiada personalidad para ser mujer

En Argentina, Pablo Neruda y su primera mujer, María Antonieta Hagenaar, recibieron a María Luisa Bombal en un departamento ubicado en calle Corrientes. Neruda vio en ella esa sensibilidad, inteligencia e indefensión ante la vida que le era familiar, pero también una visión auténtica de artista.
El poeta, sin abandonar la arrogancia de su incipiente fama y desde el paternalismo, plantea que la Bombal es la única mujer con la que se puede hablar seriamente de literatura. Y cómo no, si ha leído a Charles Baudelaire y Paul Verlaine; en París escuchó recitar a Paul Valéry; y se ha imbuido de las nuevas corrientes que apenas se asoman en los círculos nacionales.
La impresión que despierta en los escritores es unánime: María Luisa Bombal tiene demasiada personalidad para ser mujer, pero ella, libre de prejuicios –la “abeja de fuego” la llamó Neruda, por enérgica y apasionada–, sigue participando con libertad de las tertulias en algún café del centro o en alguna casa.
Su formación comenzó en París, cuando pese a ser impensado para una joven de familia aristócrata, ingresa a la escuela de teatro vanguardista y experimental L’Atelier, a cargo de Charles Dullin. Ahí comparte clases con Antonin Artaud y Jean-Louis Barrault -este último, al igual que Bombal, debe estudiar a escondidas de su familia, que lo imagina cursando la carrera de medicina-. María Luisa había dejado, en parte, la carrera de literatura para poder representar pequeños papeles dramáticos en grandes teatros. En uno de esos montajes, un tío suyo que se encuentra en el público la reconoce, aún cuando aparece en escena unos pocos segundos. Esto hace inminente su regreso a Chile. Corre el año de 1931.

De la mano de Marta Brunet, Bombal tiene su primer acercamiento al mundo artístico santiaguino. Ambas forman una compañía teatral y se sube a las tablas con Una mujer sin importancia de Oscar Wilde. Su desempeño es bien recibido por la crítica, pero hay algo en su personalidad, cierta frialdad o falta de flexibilidad en la interpretación de los personajes, que ella misma nota. Sabe que no puede dedicar su vida a dos pasiones y elige la literatura. Elige escribir.
A la par de las tertulias literarias y ensayos teatrales, María Luisa Bombal sufre por un hombre. Mayor que ella, Eulogio Sánchez vive separado de su mujer y espera aún la nulidad. Ambos se reúnen en la intimidad y él le promete que la situación cambiará, pero ella se siente cada vez más desplazada. En este contexto y durante una cena en casa de Sánchez, en presencia de su hermana y otros invitados, la escritora se levanta de la mesa, va al dormitorio del amante, toma la pistola y se dispara en el hombro.
¿Intento de suicidio? “¡Ay, no, nunca tendría ese valor! Y sin embargo quería morir, quería morir, te lo juro”, diría la autora de La amortajada, años más tarde. Es esta misma mujer herida la que aparece en el cuento “Las islas nuevas”, publicado en la revista Sur en 1939.
Es en este período cuando se instala con Neruda en Buenos Aires. En el suelo de la cocina, de mármol blanco y guardas de cerámica azul, Bombal encuentra el lugar adecuado para escribir.

Tu muerte ha extirpado de raíz esa inquietud que día y noche me azuzaba a
mí, un hombre de cincuenta años, tras tu sonrisa, tu llamado de mujer ociosa.
En las noches frías del invierno mis pobres caballos no arrastrarán más entre
tu fundo y el mío aquel sulky con un enfermo dentro, tiritando de frío y mal
humor. Ya no necesitaré combatir la angustia en que me sumía una frase, un
reproche tuyo, una mezquina actitud mía.
Necesitaba tanto descansar, Ana María. ¡Me descansa tu muerte!
(Fragmento La amortajada).
De la mano de los mejores

Neruda deja de ser un mentor y se transforma en un igual: ambos confluyen en un espacio de lecturas y críticas de sus respectivos proyectos. Por ese entonces, el poeta trabajaba en Residencia en la Tierra. Bombal reconoció la influencia de este libro en su propia escritura, una prosa a la que no pocos críticos han denominado poética. Alone, por ejemplo, afirmó que “no se ha escrito en Chile prosa semejante, y (…), solo buscando mucho en las letras universales podría encontrársele paralelo”.
Neruda, además, la introduce en su mundo de artistas, lo que resulta de gran estímulo: conoce a grandes escritores, dramaturgos, pintores. La Bombal cumple su deseo de frecuentar a la poeta Alfonsina Storni; también se relaciona con Federico García Lorca, que ese año estrena Bodas de sangre y más tarde Mariana Pineda y La zapatera prodigiosa en el teatro Avenida en Buenos Aires. La autora, que aún mantiene viva su pasión por el teatro, asiste a todas las funciones. Con Jorge Luis Borges comparte el amor por el cine, las idas a escuchar tangos a un restaurante después de cada tarde de película y la complicidad ante otros escritores.
Y si bien María Luisa se mueve entre los mejores exponentes de la literatura latinoamericana, apenas tiene para subsistir. Su gran amigo, el pintor Jorge Larco, le pide que se casen. Sería un matrimonio para escapar de la soledad; de la miseria, para ella, y que serviría de fachada, para él. Tras unos meses la convivencia se hace difícil. Ella no está tranquila, pasa tiempo sola, y su esposo mantiene amoríos con otros hombres.
Bombal, aún cuando siempre supo la verdad, exige compañía y exclusividad en una relación que nunca pretendió ser más que amistad. Escribirá en La amortajada: “entonces había conocido la peor de las soledades; la que en un amplio lecho se apodera de la carne estrechamente unida a otra carne adorada y distraída”. La separación es inminente y no estará exenta de conflictos.
Una vez libre, se muda a un departamento de un ambiente. En ese tiempo intenta escapar de la soledad -como si presintiera que esa sería la circunstancia en la que habría de morir, ya cercanos sus setenta años-. Termina de escribir La amortajada y Victoria Ocampo se encarga de la publicación en Sur. Al alero de la revista del mismo nombre editaría más tarde también sus cuentos. Su nueva obra no pasa inadvertida y nuevamente recibe elogiosas críticas, tanto por su estilo como por su particular mirada.

Borges es el primer autor en afirmar que la novela es un “libro de triste magia, deliberadamente surannée (caducada), libro de oculta organización eficaz, libro que no olvidará nuestra América”, echando por tierra su escepticismo previo.
La obra encaja perfectamente en lo que alguna vez planteó Juan Rulfo: “Los latinoamericanos están pensando todo el día en la muerte”. Bombal y su obra eran prueba de ello. Ambos compartían “una visión violenta y lírica del mundo”, según admitió la autora después de leer Pedro Páramo.
“De qué me sirve ser la autora de La amortajada cuando mi soledad es tan grande”, le confesó un día a una amiga cercana. “Sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran.”
Su literatura era sufrida y sus amores tortuosos. «Los hombres se enamoraban locamente de mí, pero siempre me iba mal. Tal vez fui muy exclusivista, exigiendo que siempre estuvieran pendientes de mí«, plantea María Luisa.
Tras un viaje a Nueva York, representando al Pen Club argentino, donde se hizo amiga del escritor Sherwood Anderson, se encontró con un enamorado de juventud. El era conservador del Louvre, un hombre culto y buenmozo. Su hermana Blanca dijo que «él estaba realmente enamorado, pero ella lo dejó porque era su destino hacerlo todo al revés«.
De una a otra decepción
María Luisa, con 29 años, se enamoró del doctor Carlos Magnani, de 62. Pensaba casarse, pero él lo dudaba por la diferencia de edad. Decidieron que ella viajaría a Chile para pensarlo. A María Luisa siempre le gustaron los hombres mayores «porque sabían más que yo y celebraban mis tonterías. Y siempre me ha gustado que me protejan«, afirmaba.

La separación angustia a la escritora. Ya desde su estadía en Buenos Aires que tomaba mucho alcohol. Escapando, viaja a Puerto Varas para empezar su novela Historia de María Griselda, donde enferma de difteria. Las circunstancias la traen de regreso a Santiago, momento en que se entera que su médico argentino había conocido a una joven de 22 años y ya estaba casado con ella.
Sus nervios eran incalmables. Estaba «en estado de postración, pues casi no se podía expresar, y de un pesimismo total«, cuenta el marido de su amiga Chela Reyes. Las letras no le eran suficientes para mantenerse tranquila y se deja llevar por las recomendaciones de llevar siempre consigo una pistola en la cartera.
Y tras la decepción que le causó el médico, volvió su obsesión por Eulogio Sánchez, a quien ni la distancia ni el éxito literario, habían logrado borrar de su memoria. Inmersa en el pasado, pensando en lo que pudo ser, quiso recuperar las cartas que le envió cuando eran amantes. Decía que él había arruinado su vida. Siempre pensó que el amor era lo más importante para una mujer, y su primer amor la abandonó.

Así, el 27 de enero de 1941 María Luisa almuerza con su mamá. A las 4 de la tarde va al departamento de Chela Reyes, pero no la encuentra. Entonces se va al Hotel Crillón a tomar un trago. Poco antes de las 5 de la tarde sale a la calle Agustinas y ve pasar a Eulogio Sánchez. Corre tras él, grita su nombre y le dispara tres balazos.
Pero, Alicia, tú bien sabes que este «valle de lágrimas» como sueles decir, impertérrita a la sonrisa burlona de tu marido; este valle, sus lágrimas y gente, sus pequeñeces y goces acapararon siempre lo mejor de mis días y sentir.
Y es posible, más que posible, Alicia, que yo no tenga alma.
Deben tener alma los que la sienten dentro de sí bullir y reclamar. Tal vez sean los hombres como las plantas; no todas están llamadas a retoñar y las hay en las arenas que viven sin sed de agua porque carecen de hambrientas raíces.
Y puede, puede así, que las muertes no sean todas iguales. Puede que hasta después de la muerte todos sigamos distintos caminos.
(Fragmento La amortajada).
“A veces me parece que estoy muerta”
“Al matarlo a él, mataba mi mala suerte«, declaró la Bombal. Gracias a que Sánchez no quiso que sea condenada, la autora queda libre y se va a Washington, donde trabaja para la embajada chilena. Al tiempo se traslada a Nueva York. Vive en hoteles, sola y tomando mucho. «Tenía miedo de encontrar cabezas cortadas por todos lados… Miedo a que mientras durmiera una voz insidiosa me soplara al oído la idea de tirarme del piso 21, donde vivía, y que mi espíritu no tuviera tiempo de reaccionar para retener mi cuerpo sonámbulo«.
Trabaja en publicidad y en doblaje de películas, pero le era tan difícil levantarse que termina por renunciar. La salvaron de la postración Vicha Vidal y Eduardo Hübner a quienes les decía: «De qué me sirve ser la autora de La amortajada cuando mi soledad es tan grande. Le tengo miedo a la vida. Quisiera estar enamorada, sabiendo que alguien me quiere para siempre«.
Mientras vivía con los Hübner, la invitaron al baile del Marqués de Cuevas, el gran hombre del teatro y la danza de París. Con un vestido prestado partió a la fiesta. Le presentaron a Rafael de Saint Phalle, banquero francés de familia noble y venida a menos. Al día siguiente almorzaron juntos, pasaron las horas, y terminaron comiendo en el mismo restaurante. El era encantador, culto y 25 años mayor. «En mis maridos buscaba a mi padre«, dijo. Se casaron en abril del ‘44, y en noviembre nació Brigitte, su única hija.
Vivieron 25 años en Estados Unidos. María Luisa reescribió La última niebla en inglés, House of mist, que la Paramount le compró en 125 mil dólares. Con esa plata se fueron a una casa en Connecticut rodeada de árboles. Contrataron a una institutriz para Briggite. Pero en apenas dos años se acabó el dinero y volvieron a Nueva York.
María Luisa sufría un alcoholismo severo. No podía ocuparse de su hija, por eso la mandó a Buenos Aires donde su hermana Blanca.»Si no tengo un trago al lado el trabajo me abruma«. Terminó algunos proyectos en inglés y castellano, mientras sus obras se editaron en ocho idiomas.
El ‘61, Briggite –quien siempre había vivido alejada de su madre- entró a estudiar matemáticas a la Universidad de Cornell. Fue el principio de su separación definitiva. Nunca se entendieron y en los últimos años la hija ni respondía las cartas de su madre.

Quizá fue la soledad o el abandono que nuevamente la azotaba, lo que la llevó a enfermar y sufrir dos accidentes domésticos; todo en medio de la obligación de cuidar de su marido quien finalmente muere en 1969.
Entonces María Luisa vuelve a Buenos Aires, su patria (para ella Chile y Argentina eran un mismo país), a la casa Blanca. Decía: «A veces me parece que estoy muerta, pero si estoy muerta, ¿por qué sufro tanto?».
Entre la oscuridad y la niebla vislumbro una pequeña plaza. Como en pleno campo, me apoyo extenuada contra un árbol. Mi mejilla busca la humedad de su corteza. Muy cerca, oigo una fuente desgranar una sarta de pesadas gotas.
.La luz blanca de un farol, luz que la bruma transforma en vaho, baña y empalidece mis manos, alarga a mis pies una silueta confusa, que es mi sombra. Y he aquí que, de pronto, veo otra sombra junto a la mía. Levanto la cabeza.
Un hombre está frente a mí, muy cerca de mí. Es joven; unos ojos muy claros en un rostro moreno y una de sus cejas levemente arqueada, prestan a su cara un aspecto casi sobrenatural. De él se desprende un vago pero envolvente calor.
(Fragmento La última niebla).