La carrera presidencial está abierta

por Marcelo Contreras

El resultado de las primarias oficialistas marca un antes y un después en la carrera presidencial. Por primera vez, una militante del Partido Comunista se convierte en la candidata presidencial de la centroizquierda, con verdaderas opciones de convertirse en la próxima mandataria. Poco demoraron en anunciarlo las diferentes encuestas y estudios de opinión pública, con todas las reservas del caso que ameriten. Son muchas y muy diversas las interpretaciones sobre su sorprendente y categórico triunfo en las primarias. Trascendiendo su militancia partidaria, se alude a su carisma, empatía y cercanía con la gente, a su biografía marcada por el origen popular, mérito y transparencia. En definitiva, una suma de factores que suelen denominarse genéricamente como atributos blandos que, existiendo, no parecen suficientes para explicar la contundencia de su victoria, trascendiendo la discreta participación de un millón cuatrocientos mil electores.

No ha sido novedad que un(a) representante del denominado socialismo democrático fuera derrotado(a) en primarias presidenciales. Los datos históricos están a la vista. Más llamativo resultó ser el desfonde del postulante del Frente Amplio- Gonzalo Winter no llegó al 10%- cuya votación natural se volcó a la opción de Jara.

En una semana el escenario político giró abruptamente y con un tenor que las derechas no esperaban. Al rápido alineamiento del oficialismo, tras la contundencia de las cifras, se sumó la instalación de su aspirante a La Moneda en el primer lugar de las encuestas, con números que más que garantizar su paso a segunda vuelta, anticiparían una competencia estrecha con el hasta hoy favorito aspirante de la extrema derecha José Antonio Kast, en desmedro de Evelyn Matthei, en inocultable caída libre que enciende alarmas en Chile Vamos, intentando un nuevo acomodo y giro para su accidentada y errática campaña.  

Las referidas son señales que interrogan ¿Por qué dos candidatos que supuestamente representan los extremos políticos del país se conviertan en las más probables alternativas entre las cuales deberá optar la ciudadanía el próximo mes de noviembre? Probablemente diga relación con el creciente proceso de despolitización que ha vivido la sociedad chilena en las últimas décadas, erosionando la credibilidad de los principales referentes políticos, tanto de derecha como de centro o izquierda. Una gran mayoría ciudadana no reconoce una identidad ideológica y desconfía de los partidos políticos. Así como puede votar por un aspirante de ultraderecha, puede hacerlo por una militante comunista o un denominado independiente. Tal como sucediera en los sucesivos procesos constituyentes con tendencias dominantes radicalmente enfrentadas. 

En el caso de candidaturas personales, parecieran incidir, esencialmente, atributos del liderazgo, credibilidad y oferta programática. Como parecen indicarlo las encuestas aquello importa más que la militancia partidaria. Es el electorado, con signos de interrogación acentuados por la obligatoriedad del sufragio, que definirá la próxima contienda parlamentaria y presidencial. 

Hablarle al nuevo Chile

Con toda seguridad, Jeannette Jara deberá enfrentar una fuerte campaña anticomunista, algo más sofisticada que en el pasado, en donde se afirmaba que los comunistas se comían las guaguas y que se buscaba instalar una dictadura del proletariado, con un régimen de partido único y supresión de las libertades públicas. El libreto es más que conocido, con referencias a los cuestionados regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Poco importa lo que, al respecto, haya esclarecido la propia candidata Jara. Si hubiese que buscar para muestra un botón de aquel libreto, ya se ocupó de extremarlo, al borde de lo aceptable en una convivencia civilizada, el vociferante Johaness Kaiser. La tentación desde el oficialismo será contestar con otra campaña equidistante por un eventual triunfo de la ultraderecha y su impacto en materia de derechos ciudadanos y conquistas sociales fundamentales, en consonancia con regímenes admirados públicamente por J. A. Kast. Valga considerar que aquellas campañas, signadas por el terror, tienen limitado efecto y terminan impactando como rebote en sus propios impulsores.

Las señales provenientes de nuestra experiencia colectiva de las últimas décadas no son distantes del nuevo escenario presidencial y lo que registran los diferentes estudios de percepción ciudadana. El país ha cambiado muy profundamente en los últimos años. El estallido social fue un hito muy relevante, que ningún sector político pudo prever, por más que algunos alertaran acerca del extendido malestar ciudadano respecto de las profundas desigualdades que marcan nuestro proceso de desarrollo. El estallido dejó huellas profundas, más allá de la caricaturización conveniente de una derecha entonces aterrorizada, también marcó un trauma de frustración en las expectativas de transformaciones esenciales de una sociedad con evidentes desigualdades. Los efectos de la pandemia se dejaron sentir con fuerza, al igual de lo que sucediera en el mundo, con graves secuelas económicas y sociales. Sin lugar a duda, el fenómeno migratorio, que no tan sólo se ha vivido en nuestro país sino en el conjunto de la región y buena parte del mundo, ha contribuido a estos cambios en la percepción ciudadana. No tan sólo para mal en un país que vive una crisis de natalidad. Pero es innegable que la migración irregular ha traído aparejada la irrupción del crimen organizado y el incremento del narcotráfico, con un profundo impacto en la convivencia ciudadana. Y no se puede omitir el fenómeno representado por el resurgimiento de una agresiva ultraderecha que recorre el mundo, además de la ruptura del orden mundial, acentuada por la irrupción antidemocrática de Donald Trump y las cruentas guerras que violan los esenciales principios humanitarios. Son cambios profundos y radicales, que no tan sólo ameritan reflexiones muy de fondo sino, también la búsqueda de nuevas respuestas a los desafíos del presente y del futuro.

Es en aquel contexto que se inscribe la contienda presidencial en curso inicial para los algo más de cuatro meses próximos. Ganará aquel candidato (a) que sea capaz de conectar con la gente común y corriente, que demanda mayor seguridad, bienestar y paz social. Aquella que no reconoce adscripción partidaria o ideológica, que no se define como de derecha, centro o izquierda. Ello no quiere decir, como afirman algunos analistas, de manera más bien temeraria, que los partidos, especialmente los más históricos y tradicionales, hayan entrado en una definitiva crisis terminal, o que no son necesarios en un sistema democrático. Por el contrario, los partidos políticos juegan un rol indispensable para canalizar las demandas y aspiraciones ciudadanas. Parte de la crisis que hoy enfrenta el sistema político es su excesiva fragmentación e incapacidad de representación de esas demandas, consumidos en una disputa por el poder. Ciertamente no existe opción de garantizar la gobernabilidad del país, con más de 22 partidos con representación parlamentaria y otros tantos en formación.

Tal como lo saben quienes han sido candidatos para algún cargo de representación popular, los partidos y sus militantes son indispensables a la hora de desplegar sus campañas, salir a la calle para hacer propaganda, en los clásicos puerta a puerta, ferias libres, plazas, barrios y organizaciones sociales. Sus equipos técnicos son los encargados de elaborar las propuestas programáticas, redactar discursos y encargarse de las comunicaciones en donde, hoy en día, adquieren mayor relevancia las redes sociales. Y, evidentemente, son mas que necesarios a la hora de gobernar. Toda prédica en contra de los partidos o la política es profundamente antidemocrática e inexorablemente conduce al autoritarismo y la negación del pluralismo.

Sin embargo, nadie entiende muy bien por qué existen tres partidos de ultraderecha (republicanos, libertarios y social cristianos), tres partidos en Chile Vamos (UDI, RN y Evopolis), cuatro en el llamado socialismo democrático (PS, PPD, PRSD, liberales). Al menos el Frente Amplio se unificó en un solo partido, sin que quede aún muy clara su identidad programática. Y no son pocos los mini partidos que enfrentan una severa crisis respecto de su viabilidad futura. La reforma del sistema político aparece como una necesidad insoslayable, aunque resulte muy improbable que pueda prosperar antes de las próximas elecciones. A lo menos debiera aprobarse la ley anti díscolos y mayores requisitos para legalizar nuevos partidos. Y no sería superfluo que los diversos partidos con afinidades ideológicas y políticas iniciaran un proceso de convergencia y renovación que aporte a la gobernabilidad del país.

No da lo mismo

Con todo, tanto los partidos como sus adherentes (excepto la DC que definirá su opción en la junta nacional programada para el 26 de julio, aunque la tendencia mayoritaria adelantó su adhesión a Jeannette Jara) tienen definidas sus opciones. La disputa es por el ancho universo de independientes, que perfectamente pueden representar más de la mitad del padrón electoral, que votan de manera obligatoria, y que decidirán su preferencia a última hora, en base a su identificación con alguno (a) de lo(a)s candidato(a)s, por sus atributos, credibilidad y propuestas programáticas, Y es aquí en donde Jeannette Jara puede exhibir sus mayores fortalezas, tal como ocurriera en las pasadas elecciones primarias. En su capacidad de conectar con la gente. Su discurso meritocrático, empatía y sencillez, contrastan con los méritos de los liderazgos duros de Kast y Matthei ante los convocados a sufragar en noviembre y luego en segunda vuelta de diciembre. 

Sin embargo, la elección presidencial no es un concurso de simpatía sino una definición acerca del futuro del país. Tanto José Antonio Kast como Jeannette Jara (al igual como Evelyn Matthei y cualquier otro posible candidato) están obligados a precisar sus propuestas programáticas. No tan sólo en materia económica o de seguridad ciudadana, también en el ámbito social, en el terreno de la salud, vivienda y educación, el rol del estado, las relaciones internacionales, los derechos de la mujer o el tema de las etnias originarias. Temas más que sensibles para el país.

Obviamente no da lo mismo quien sea el próximo mandatario. En la disyuntiva entre José Antonio Kast y Jeannette Jara se juegan dos proyectos de país. Uno que implica una verdadera restauración conservadora, con tintes autoritarios y otra que implica seguir avanzando por la senda de transformaciones estructurales, de manera gradual y consensuada. No son pocos los sectores de oposición que asumieron que el triunfo de Gabriel Boric en las pasadas elecciones conducía al descalabro e intentan mostrarlo como el peor gobierno de nuestra historia. Tres años después el país muestra una economía que retoma la senda del crecimiento económico, que avanza en conquistas sociales (como la reforma previsional, el salario mínimo o la jornada de 40 horas), que combate la delincuencia y el crimen organizado (con una robusta agenda legislativa, importantes iniciativas para fortalecer a las policías y resultados significativos en la desarticulación de poderosas bandas criminales vinculadas al narcotráfico)  así como a la corrupción y que ha mantenido una postura de principios en materia internacional. Todo aquello con una razonable paz social, Nada permite suponer que Jeannette Jara no recogerá este legado, buscando proyectarlo hacia el futuro, sin los afanes refundacionales que parecen animar al candidato de la ultraderecha.

Así, al contrario de la imagen catastrofista que difunden la derecha y ultraderecha, el país no vive una crisis sistémica. Ni en materia económica, ni respecto de la seguridad y mucho menos en el plano social. Tras una severa crisis, convenientemente eludida por la actual oposición, Chile retoma una condición de liderazgo en la región. Sin lugar a duda, enfrenta nuevos y grandes desafíos para avanzar en un desarrollo inclusivo, mayores niveles de seguridad y menores grados de desigualdad, mayores conquistas sociales y la configuración de un nuevo escenario de paz en la Araucanía (imposible no resentir la escasa acogida y consideración desde los partidos políticos al trabajo realizado por la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento, en las regiones de Bíobío. La Araucanía, Los Ríos y Los Lagos, liderado por Alfredo Moreno y Francisco Huenchumilla). 

Las campañas electorales entran en tierra derecha. Cada gesto empieza a calibrarse. Son algo más cuatro meses para su decisivo despliegue. Nada dará lo mismo. 

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1 comment

Eliana Zuñiga Rojss julio 10, 2025 - 11:39 pm

El articulo, editorial, de Marcelo Contreras, me pareció excelente…estoy muy de acuerdo con.la descripción y analisis de la coyuntura..
Un buen aporte para la campaña presidencial de nuestro sector…

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