Rusia ha dado un paso adicional en su política de sometimiento militar de Ucrania iniciado en febrero de este año al anexar una parte del país invadido, agravando las tensiones internacionales, la confrontación con Europa y Estados Unidos y las reticencias de China.
Invadir territorios es el tipo de confrontación internacional que desde 1945 el nuevo orden basado en la Carta de la ONU ha procurado evitar, con Estados Unidos (con las recientes invasiones a Irak y Afganistán e intervenciones en Siria y antes a Panamá y Granada, entre las más recientes) y ahora Rusia (que se suma a Israel en la lógica de las anexiones puras y simples) como actores que mantienen una lógica de imperios en sus relaciones internacionales.
El origen de este proceso se encuentra en el rechazo retrospectivo por parte del actual liderazgo ruso y de Vladimir Putin al fin de la Unión Soviética. Este hito histórico de fin de la guerra fría del siglo XX incluyó la independencia de Bielorrusia y de Ucrania por decisión de su antecesor y mentor Boris Yeltsin, entonces gobernante elegido en la república de Rusia. Esto ocurrió contra la opinión de Mijail Gorbachov, todavía presidente de la URSS, que postulaba mantener la Unión bajo una fórmula federativa. Vladimir Putin declaró el 30 de septiembre de 2022: “En 1991, en los bosques de Belavezha, las élites de entonces [los Gobiernos de Moscú, Minsk y Kiev] decidieron disolver la URSS sin contar con la voluntad de sus ciudadanos y la gente se vio de pronto aislada de su patria. Esto desmembró a nuestra comunidad, se convirtió en una catástrofe nacional”.
Ucrania inició su vida independiente con el reconocimiento formal de Rusia, luego de que fueran evacuadas las innumerables instalaciones militares nucleares soviéticas en su territorio, una de las más próximas a Europa de la ex URSS. En el “Memorando de Budapest” de 1994, Rusia acordó con Reino Unido y Estados Unidos respetar las fronteras de Ucrania y no amenazarlas con la fuerza, a cambio de que Kiev transfiriera sus armas nucleares a Moscú. Pero esa independencia no ha estado exenta de prolongadas disputas entre el bloque proruso y el bloque proeuropeo, incluyendo la llamada revuelta del Maidán en 2014 y el separatismo en algunas provincias fronterizas con Rusia, apoyado por Putin desde entonces. Ucrania optó a la postre soberanamente por integrarse a la Unión Europea, proceso en curso con un procedimiento acelerado, antes que al bloque ruso (contrariamente a lo hecho hasta acá por Bielorussia). Y también terminó buscando la protección de la OTAN, como lo hicieron previamente otros países fronterizos con Rusia como los países bálticos y Polonia, a los que se sumaron Eslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria y diversos países de los balcanes. Existe una voluntad de expansión de los intereses occidentales que choca con los intereses del régimen neoimperial y oligárquico ruso, pero también el legítimo afán de las poblaciones este-europeas de defenderse de posibles invasiones rusas. Hoy está claro que no es exactamente una quimera, lo que ha llevado recientemente a Suecia y Finlandia a sumarse a la OTAN y a abandonar su condición histórica de neutralidad.
El fin de la neutralidad ucraniana, por su parte, es una decisión soberana, pues Ucrania no es una colonia ni un protectorado ruso, como suelen dar por hecho los comentaristas pro Putin. La idea de que Ucrania es un país de la ONU que no puede tomar decisiones soberanas es extemporánea. Pero ha tenido como reacción el intento ruso de ocupación de Ucrania (hasta ahora fracasado) y la anexión de territorios ocupados parcialmente por fuerzas militares rusas de las provincias ucranianas de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón a la Federación Rusa, luego de la de Crimea en 2014 (que pertenecía a Ucrania desde 1954). Estas provincias forman parte de la integridad territorial de Ucrania. La nueva anexión fue proclamada por Putin luego de referendos que culminaron a fines de septiembre sin registros de votantes ni debate contradictorio, en medio de la ocupación y coacción militar y con grandes desplazamientos de población fruto de la guerra.
La invasión y la anexión viola expresamente el derecho internacional y la carta de Naciones Unidas, firmada en 1945 tanto por la URSS como por Ucrania, que tuvo una representación propia en la ONU a pesar de su pertenencia a la URSS. Recordemos que la Carta de Naciones Unidas, en el artículo 2 del primer capítulo, establece que “todos los miembros se abstendrán en sus relaciones internacionales de la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o de cualquier otra manera incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas”.
Para dotar de formalidad un proceso que no reconoce el resto del mundo -y tampoco países como China, India, Kazajistán o Serbia que no han condenado la invasión de Ucrania- Putin firmó en la víspera el reconocimiento de la «independencia» de Jersón y Zaporiyia, pese a que sus autoridades son una administración militar impuesta por el ocupante, lo que ya había hecho con las otras dos provincias anexadas.
Para Putin, la ocupación y anexión de Crimea, el ataque a Ucrania y la anexión de 4 provincias en septiembre de 2022 forman parte de “la destrucción de la hegemonía occidental que ha comenzado» y que considera «irreversible», pues «nada será como antes. El campo de batalla al que nos ha llamado el destino y la historia es el campo de batalla de nuestro pueblo, por una gran Rusia histórica”, en nombre de la lucha contra “la negación de las dictaduras occidentales del ser humano, de su derrocamiento de la fe y de los valores tradicionales”. Putin asegura que la promoción de la cultura occidental en su país es una forma de racismo, y añade que esos valores “no tienen las características de una religión sino del satanismo absoluto”.
Aquellos izquierdistas con nostalgias pro-soviéticas que defienden a Putin porque se opone a Occidente ya están más que advertidos de aquello a lo que se asocian: al hegemonismo conservador gran ruso heredado del imperio zarista. Su actitud es incomprensible desde el punto de vista de los valores de la izquierda, y en su momento de la propia voluntad de Lenin de otorgar la independencia a Ucrania. Lo es todavía más sostener que un país dirigido por un judío elegido por los ciudadanos y controlado por el parlamento está sometido a un régimen nazi. Y cuando se alude la existencia activa de una extrema derecha radical en Ucrania, se omite que ésta existe desgraciadamente en muchas partes, incluyendo Rusia y Chile.
No obstante, hay algunos elementos de optimismo. Pese a las alusiones a una respuesta nuclear ante ataques a los «nuevos» territorios rusos, la portavoz del Ministerio de Exteriores, María Zajárova, anunció un día antes de la anexión que Washington y el Kremlin habían reanudado los contactos para volver a aplicar el mecanismo de control del tratado START III sobre sus arsenales nucleares.
A su vez, en el terreno la guerra sigue en un frente de más de mil kilómetros, con la consolidación de la recuperación en septiembre por las fuerzas de Kiev de territorio invadido en el noreste de su país y la caída del nudo ferroviario estratégico para Rusia de Liman, en el Donetsk ahora anexado, junto a la recuperación de territorios en el sur. Esto revela una inesperada capacidad de Ucrania para sostener una doble ofensiva militar, apoyada por equipamiento e inteligencia occidental, que ha obligado a las fuerzas rusas a retroceder. Estos hechos tendrán consecuencias difíciles de prever para la propia estabilidad interna del régimen de Putin, cuya competencia estratégica y la de sus generales es crecientemente cuestionada.