La incomensurable tragedia de Gaza.

por Gonzalo Martner

En otros tiempos, Gaza fue una de las tradicionales entradas al Medio Oriente desde el Mediterráneo. Hoy está reducida a ruinas, fruto de una campaña de bombardeos sin precedentes en el siglo XXI, luego de haber sido un campo de concentración a cielo abierto por el bloqueo de esa franja costera por Israel a partir de 2007. En esa fecha, el gobierno israelí endureció de forma drástica las restricciones a la entrada y salida de personas y mercancías, luego de que el grupo fundamentalista islámico Hamás se adueñara de la franja al desplazar a la Autoridad Palestina. No se debe olvidar que el gobierno de Netanyahu favoreció previamente a Hamas para dividir a los palestinos.

Desde hace 19 meses se desató una furiosa guerra de castigo colectivo sin límites como respuesta del gobierno israelí al ataque indiscriminado del 7 de octubre de 2023 que realizó Hamás. Una cosa es resistir un bloqueo en el marco de una legítima confrontación de una ocupación colonial, y otra muy distinta es el asesinato de israelíes donde fuera y cualquiera fuera su condición, sin importar que se tratase de soldados, civiles, mujeres, jóvenes en una fiesta o niños indefensos, y de capturar rehenes para negociar la liberación de presos palestinos. Una extensión de esta lógica criminal es el asesinato a mansalva de dos funcionarios de la embajada israelí en Washington.

Este es el resultado de un encadenamiento infernal, a partir de una ocupación colonial después de la segunda guerra mundial con la intención de proteger a un pueblo históricamente discriminado y oprimido, especialmente por los europeos, devenido en Estado en el Medio Oriente por obra de esos europeos y de Estados Unidos y la URSS, en medio de un entorno árabe al que nadie le preguntó la opinión y desplazando a buena parte de la población original. Israel ha buscado sistemáticamente ampliar sus fronteras y anexar territorios, para lo que se ha transformado en una potencia militar que ha terminado por actuar con la mayor de las violencias y ausencia de escrúpulos imaginables, con el apoyo directo de Estados Unidos y de una parte de Europa, incluyendo Alemania. Al frente se ha mantenido una resistencia sin resultados, que ha terminado en la radicalización y en acciones violentas indiscriminadas. La motivación de Hamás es luchar contra el ocupante, pero sobre todo es la de llevar a cabo una guerra religiosa y étnica contra otro grupo que lleva a cabo su propia guerra religiosa y étnica, luego de haber sufrido las peores persecuciones étnicas por siglos y nada menos que un sangriento y brutal intento de exterminio bajo el nazismo, con el resultado de 6 millones de personas judías asesinadas. 

La respuesta israelí desde octubre de 2023 ha terminado en que más del 90 % de las viviendas han sido destruidas en Gaza parcial o totalmente, según la ONU. El ejército israelí ha matado a más de 53 mil palestinos, en su mayoría mujeres y niños, de acuerdo con el recuento de las autoridades sanitarias de la Franja, considerado confiable por la ONU. Los bombardeos han generado 50 millones de toneladas de escombros, para cuya limpieza harán falta más de diez años. El suelo está sembrado de proyectiles sin explotar, una pesadilla para los desminadores. Hay 350 000 toneladas de residuos esparcidas, que malhuelen el aire y contaminan las aguas. 

Le Monde reseña que el sistema educativo ha dejado de existir: el 95 % de las 564 escuelas de Gaza están fuera de servicio, y sus doce universidades han sido arrasadas. Un golpe demoledor para una población que se enorgullecía de contar con aproximadamente un 4 % de estudiantes, una proporción similar a la de Francia. El sistema sanitario apenas sobrevive: entre siete y ocho hospitales funcionan parcialmente, de los 36 con que contaba la Franja. Gaza ha sido reducida a vivir de la ayuda alimentaria a la ONU y a las ONG internacionales luego de la destrucción de los pocos campos de cultivo.

La época en que los gazatíes producían de forma autónoma la mayor parte de las frutas y verduras que consumían ha quedado atrás. El ejército israelí ha extendido su control a todo el perímetro de la Franja, donde se encontraban los cultivos. Invernaderos, árboles y todo lo que pudiera tapar la vista u ofrecer un escondite han sido destruidos metódicamente. La única puerta de acceso al resto del mundo, el paso de Rafah, que comunica con el Sinaí egipcio, está bloqueada desde que los blindados israelíes se desplegaron en la ciudad en mayo de 2024.

Dos meses y medio de bloqueo han llevado la Franja de Gaza a la hambruna. El Estado hebreo pretende instaurar un sistema militarizado de distribución de alimentos a través de una oscura organización llamada Gaza Humanitarian Foundation. La ayuda debe ser transportada, bajo escolta de empresas de seguridad privada estadounidenses, hasta centros de distribución situados en el sur de la Franja palestina. Esto obliga a las poblaciones que han permanecido o retornado al Norte a desplazarse para no morir de hambre, sin garantía de poder volver. Solo una persona por familia podrá acceder a estas zonas llamadas “estériles” —es decir, depuradas de toda presencia política palestina, sea del Hamás o de cualquier otro grupo local—, y la entrada estará condicionada a un sistema de reconocimiento facial.

Los jóvenes de 20 años en Gaza solo han conocido el encierro y una letanía de guerras cada vez más brutales. Nunca han visto ciudades sin ruinas, familias sin mártires (las víctimas del ejército israelí) ni cielos sin drones. “Uno de los objetivos de los israelíes es implantar la idea de la emigración en la mente de la gente —analiza Amjad Shawa, director de PNGO, una red de ONG palestinas, contactado por teléfono en la ciudad de Gaza—. Me doy cuenta de que todo lo que hacemos y todo lo que vivimos ahora mismo nos está llevando a odiar el lugar donde vivimos, y eso es lo que quieren los israelíes”, escribió el periodista gazatí Rami Abou Jamous en octubre de 2024 en Orient XXI.

Lo que se destruye aquí no es solo lo humano y la piedra, sino también las aves, las tierras agrícolas, la naturaleza —testimonia Samir Zaqout, subdirector de la ONG de derechos humanos Al Mezan, contactado por teléfono en Deir Al-Balah—. Incluso los perros y gatos callejeros sufren condiciones de vida insoportables: la gente no tiene nada que comer y ellos tampoco”, añade Zaqout, quien, como la mayoría de sus compatriotas y numerosos expertos y ONG internacionales, califica la ofensiva israelí de genocidio.

En mayo de 2024, en respuesta a las presiones internacionales y a las de la cúpula militar, que le exigían presentar su plan para “el día después”, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, desveló la visión “Gaza 2035”. Un PowerPoint de nueve páginas generado por inteligencia artificial que propone convertir el territorio palestino en un hub comercial con rascacielos, campos verdes y redes de transporte rápido. Detrás de la imaginería al estilo Dubái se adivina un viejo proyecto israelí: diluir a los palestinos y su causa en el librecambio comercial. Es la versión benevolente de un supuesto futuro, que es en realidad un proyecto de exterminio de la población palestina.

El proyecto de la ‘Riviera’, que Donald Trump presentó en febrero, lleva esta lógica a su paroxismo porque presupone, de forma abierta, expulsar a los gazatíes de su tierra. Desde que sus declaraciones provocaron un escándalo, el presidente estadounidense mantiene la ambigüedad sobre sus intenciones exactas. Pero el gobierno israelí, en cambio, se aferra a este plan. El 21 de mayo, Benjamín Netanyahu lo añadió oficialmente a sus objetivos de guerra, además de la liberación de todos los rehenes, el aplastamiento de Hamás y la completa «desmilitarización» del territorio costero. En los medios israelíes reaparecen con frecuencia nombres de países supuestamente dispuestos a acoger a los expulsados: Egipto, Jordania, Libia, Sudán, Somalia… 

La guerra se ha convertido en un proceso de desposesión existencial. ‘El futurocidio es una intención —subraya Stéphanie Latte-Abdallah—. No es un estado consumado, sino una dinámica. El reto para los palestinos es imaginar otros posibles y no resignarse a esa “futuridad” colonial impuesta.’” Y entretanto, resistir para sobrevivir…

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