El poeta español conoció a Julia Espín en 1858 transformándose en su musa y su más grande decepción amorosa, cuando ella lo dejó por bohemio y pobre. El desengaño lo llevó a casarse, sin pasión ni ilusiones, con Casta Esteban.
Gustavo Adolfo Bécquer, considerado el máximo exponente del Romanticismo (aunque algunos lo ubican en el Posromanticismo), tuvo una musa que lo llevó a escribir los versos de amor que más trascendencia han tenido en la literatura hispanoamericana; aún cuando su edición fue póstuma y no existe certeza del deseo del poeta de hacerlos públicos.
Quien le embrujó el corazón a Bécquer fue Julia Espín, hermana de una chica a quien él pretendía y a quien vio por primera vez asomada de su balcón- al más puro estilo Romeo y Julieta-, mientras paseaba por Madrid con su amigo Julio Nombela.
Corría el año 1858, el autor tenía 22 años y Julia 19. Él no había logrado el éxito como escritor -aunque se desempeñaba como periodista- y pasaba unos días en la capital española por recomendaciones de su médico tras ser diagnosticado de tuberculosis. Ella aspiraba a convertirse en cantante, pues poseía una portentosa voz de soprano.
Pertenecían a clases sociales distintas, pero las amistades de Bécquer le permitieron abrirse un espacio en la casa de los Espín… Fue en ese escenario donde comenzó la historia de amor que no tuvo un final de cuento.
El idilio que no fue
Tu pupila es azul, y cuando ríes,
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana,
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul, y cuando lloras,
las trasparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.
(XIII)
El deseo de Bécquer era dedicarse a la escritura, pero el camino no se le hizo fácil en la capital. Se movía en ambientes literarios y logró más de alguna publicación; por ello, cuando se le abrieron las puertas de los salones de la familia Espín tuvo acceso a la “casta” musical madrileña. Julia era hija de Joaquín Espín, director de coros del Teatro Real; y su madre, Josefina Pérez, era sobrina de la cantante Isabella Colbrand.

El poeta comenzó a cortejar a Julia. En la Biblioteca Nacional española está una de las pruebas de este incipiente romance: dos álbumes con dibujos y poemas dedicados a ella. Sin embargo, ni los versos más románticos hicieron mella en el corazón de la novata cantante, pues al poco tiempo dejó de aceptar los cortejos y perdió el interés en Bécquer. Ella buscaba un joven con poder económico que pudiera apuntalar aún más su carrera musical (ya había cantado para la Reina Isabel II y se había presentado en el Círculo Filarmónico).
Nuestra pasión fue un trágico sainete
en cuya absurda fábula
lo cómico y lo grave confundidos
risas y llanto arrancan.
Pero fue lo peor de aquella historia
que, al fin de la jornada,
a ella tocaron lágrimas y risas
¡y a mí sólo las lágrimas!
(XXXI)
Bécquer había idealizado a Julia Espín y el rechazo lo dejó desolado. Escribiría el poeta “me encontré solo en el mundo (…) «Madrid, sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve«. Un nuevo amor era lo que necesitaba y comenzó un romance con una desconocida a quien llamó ante sus amigos Elisa Guillén. Fuese quien fuese la mujer, al poco tiempo se aburrió de la melancolía del autor y lo abandonó, dejándolo aún más desesperado.
En torno a Guillén se enmarca la polémica sobre las Rimas falsas del poeta, pues en 1923 Fernando Iglesias Figueroa afirmó haber encontrado, en un exhaustivo rastreo entre diarios y revistas, un poema dedicado a Elisa; lo que corroboró tres años después cuando dijo haber dado con una serie de cartas escritas por Bécquer a Ramón Rodríguez Correa y de éste a Fernández Espino, en las cuales se habla de la mujer y se entregan datos íntimos de la relación.
Tuvieron que pasar más de treinta años para aclarar el misterio. “Rafael Montesinos comienza a recolectar datos para elaborar una biografía del poeta sevillano. Frecuenta a otros especialistas, entre ellos a Iglesias Figueroa, y siente cierta insatisfacción ante las respuestas que éste le da sobre la ubicación exacta de todos los poemas y leyendas de Bécquer que dijo haber encontrado. Finalmente, temeroso de que el obstinado Montesinos encuentre su libro Tristeza (1916), le confiesa que la rima «¿No has sentido en la noche…?» es suya”, aclara Ignacio Ceballos Viro.
¿No has sentido en la noche,/ cuando reina la sombra/ una voz apagada que canta/ y una inmensa tristeza que llora?
¿No sentiste en tu oído de virgen/ las silentes y trágicas notas/ que mis dedos de muerto arrancaban/ a la lira rota?
¿No sentiste una lágrima mía/ deslizarse en tu boca,/ ni sentiste mi mano de nieve/ estrechar a la tuya de rosa?
¿No viste entre sueños/ por el aire vagar una sombra,/ ni sintieron tus labios un beso/ que estalló misterioso en la alcoba?
Pues yo juro por ti, vida mía,/ que te vi entre mis brazos, miedosa;/ que sentí tu aliento de jazmín y nardo/ y tu boca pegada a mi boca.
(Adjudicada a Bécquer)
Sin amor


Casta Esteban Navarro y Gustavo Adolfo Bécquer se casaron el 19 de mayo de 1861 en la Iglesia San Sebastián de Madrid. Cercanos al autor afirman que no fue por amor, sino que se trató de un acto desesperado por terminar con el dolor del desamor.
La mujer era hija de un doctor especialista en enfermedades venéreas y se dice que Bécquer la conoció tras consultarlo en 1858. Ella aportó con una buena dote al matrimonio por lo que ambos vivían con holgura, además que Bécquer se posicionaba cada día más en el periodismo en donde hacía ruido con sus críticas literarias.
Al año de casados nació el primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo en Noviergas, pueblo donde la familia de Casta tenía una casona. Jorge Luis Isidoro nació en 1865. Las amistades de la pareja rumoreaban que las cosas en la pareja no andaban bien, pues el hermano del poeta, Valeriano, se quedaba durante largas estancias en la casa familiar.
Bécquer escribió solo un poema para Casta, el cual se recoge en su Libro de los gorriones, y sobre el cual el poeta español Rafael Montesinos comenta que “la única verdad que confiesa Gustavo en estos versos es que llevaba en el pecho un corazón para el amor ya muerto”.
Tu aliento es el aliento de las flores;
tu voz es de los cisnes la armonía;
es tu mirada el esplendor del día,
y el color de la rosa es tu color.
Tú prestas nueva vida y esperanza
a un corazón para el amor ya muerto;
tú creces de mi vida en el desierto
como crece en un páramo la flor.
Casta no se llevaba con su cuñado, a quien culpaba de llevar a Gustavo Adolfo hacia la vida bohemia dejándola sola con sus dos hijos. Cansada de criar sin su marido, entró en relaciones con un hombre casado a quien llamó “Rubio”. La infidelidad no tuvo su cometido, que era recuperar el matrimonio; pues el poeta se fue con su hermano abandonando a su familia.
Durante esta separación, Casta fue madre nuevamente. El nacimiento de Emiliano Eusebio deja en evidencia en el pueblo de Noviercas que a Bécquer le habían sido infiel. En medio del escándalo, Bécquer se establece en Toledo, para mudarse luego, en 1869, de forma definitiva a Madrid.
Establecido en la capital, el escritor trabaja afanosamente en periodismo y se mueve en el ambiente literario madrileño, haciéndose de un nombre y mejorando su situación económica. Hay cartas entre Bécquer y Casta que confirman un acercamiento, el cual se transformó en reconciliación tras la muerte de Valeriano en septiembre de 1870 y la inmediata llegada de Casta al hogar de Calle Coello nº 7.

Solo tres meses después Casta queda sola nuevamente, pues el 22 de diciembre Gustavo Adolfo Bécquer falleció, no de amor como él deja entrever en sus versos que sería su final, sino que de un infarto al hígado en medio de su debilitada salud por la tuberculosis que arrastró durante años. Tenía solo 34 años y jamás vio publicados sus poemas, los que fueron compilados por sus amigos Ramón Rodríguez Correa, Narciso Campillo y Augusto Ferrán, dando vida a la primera edición de Rimas y leyendas en 1871.
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará;
pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido… desengáñate,
¡así no te querrán!
(Fragmento- LIII)