Palabras y cosas

por Mario Valdivia

Admirador de Foucault, el renunciado filósofo se dedica a fracasar en la producción de quesos artesanales en un lugar sin nombre entre Calabazo y La Capilla, de Chillán al sur. La filosofía es para cabros chicos, dijo una vez para justificar el giro profesional. Igual me envió hace dos días este texto que me parece intrigante:

La mayor parte de la gente vive y labora en un espacio poblado de cosas. Procesan, ensamblan y transportan cosas. Una minoría lo hace en un mundo de palabras. Procesan, articulan y comunican palabras. Para estos – elites – actuar es hablar. Para aquellos – plebe – actuar es interactuar en silencio con las cosas. Plebeyos y plebeyas también usan el lenguaje para describir, explicar y justificar sus interacciones con las cosas, pero el momento de la acción es silente. Entre palabra y cosa hay siempre un abismo de silencio, porque en las cosas hay más de lo que dicen las palabras, que comprende la interacción muda.  

La plebe existe en un mundo donde las cosas son el fundamento y justificación últimos de las palabras – obreros, transportistas, bodegueros, funcionarios que procesan y mueven documentos, vendedores callejeros, pequeños empresarios, feriantes…. Las elites desenvuelven su existencia en un mundo de palabras fundadas y justificadas con más palabras, sin fin – ejecutivos y altos funcionarios que ordenan, piden y evalúan, profesores que informan y evalúan, columnistas que ofrecen explicaciones, inventa cuentos y consultores de altura…  El primero es más sustancioso, más real, el segundo más etéreo y leve.

También las personas son entendidas y tratadas de manera diferente. Para la elite las personas son lo que ellas dicen, como las rocolas, sus conversaciones, palabras que descansan en palabras, colecciones de ideas. Y no hay nada más fácil de cambiar que las ideas, las palabras que salen de la boca. Un terreno fértil para treiners conversacionales, asesores de comunicación, creadores de imagen, manipuladores de lo presentable e impresentable, doctores en torcer e hilar fino. Para la plebe, en cambio, las personas se definen más bien por lo que hacen, por su trabajo y habilidades, su relación habitual con la realidad silenciosa de las cosas. Y no es sencillo cambiar habilidades y hábitos de larga y dedicada adquisición que definen quién se es, la personalidad y el carácter. Seguramente se pueden cambiar a la larga, pero a la corta el cambio solo se puede impostar.

El mundo de la elite es leve, el plebeyo pesa. Uno puede ser insoportable porque angustia (más sus emociones derivadas), el otro porque cansa (ídem). De ideas uno, de realidades el otro. De conversaciones, el primero, del silencio inevitable de lo que no se puede hablar, el segundo. Post modernos convencidos de que lo real consiste en juegos de lenguaje, v/s realistas que actúan donde el lenguaje es mudo.  

Pueden ser de derecha o de izquierda las elites y la plebe, pero son siempre elitistas y plebeyas. Cuando la vida transcurre más o menos bien, normalmente se enfrentan alianzas de pueblo y elite de un lado y el otro. A pocos le resulta extraño el mundo, indescifrable, pocos se sienten ajenos a él. Las palabras y las cosas están de acuerdo, el silencio entre ellas no es audible. Puede haber enfrentamientos entre un lado y otro, pero en el fondo las palabras y las cosas conjuntan bien para todos. Sin embargo, el tiempo pasa, y tarde o temprano las cosas dejan de salir bien, los problemas no se arreglan y la existencia se pone insoportablemente pesada y angustiosa independientemente de qué lado se haga cargo de arreglar el mote. Entonces la conversación de las elites adquiere para la plebe la extraña irrealidad de un juego de lenguaje: abstracta, vacía, mentirosa. Y para la elite, la conversación plebeya resulta vulgar e ignorante: sin ideas o de ideas simplonas, populista, demagógica.    

Se abre así un momento de real peligro y oportunidad. De colapso y apertura históricos. Súbitamente la sociedad se divide verticalmente de arriba abajo, plebe – elite, en busca de un lenguaje nuevo que no existe, que permita fundar y justificar la realidad silenciosa que pesa en forma excesiva en quienes no pueden evitarla, y angustia a quienes no logran inventarlo. Que sean una o dos personas de substancia las que encarnan la escisión – en el segundo caso, seguramente herederas difractadas de la vieja división izquierda derecha – no es tan relevante como el hecho de que se trata de una inédita tensión vertical. 

Aseguro que los quesos de este compadre son incomibles. Pero estas notitas no dejan de tener cierto buen sabor. Digo yo no más.                 

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