Un no darnos cuenta, muy parecido a la estupidez

por Dante Cajales Meneses

Hoy me he puesto a escribir casi a tientas, con apuro y desazón. La inteligencia artificial no solo debilita el pensamiento crítico; también disminuye y enfría el pensamiento creativo. Ante este nuevo paradigma, el currículo tampoco tiene una propuesta para enfrentar a las IA con un pensamiento crítico. Con escasas o ninguna hora de filosofía, educación cívica y literatura, se reduce al exiguo programa de lectura que hoy siguen nuestras niñas y jóvenes. Las propuestas que existen sobre la mesa son más bien funcionales: enseñar a niños, jóvenes o adultos cómo sacar partido a las IA, que hace todo por mí en menor tiempo. ¿Dónde queda el aprendizaje? El estado del arte disponible que he leído sobre el tema aborda más bien cómo no quedarse atrás o al margen de esta nueva realidad que llegó para quedarse.

Nos hemos vuelto flojos, cómodos, siendo asistidos por la “inteligencia plagiadora” para que resuelva por nosotros, sí, una tecnología pensada y desarrollada por otros. 

Me pregunto otra vez, ¿para qué tanta velocidad? si el fin último de la existencia es la muerte, ¿igual para todos? ¿O es que la vanidad y los egos son tan fuertes que, la velocidad está vinculada al reconocimiento público de aparecer como los primeros en escribir o hacer algo? Hemos perdido la fe en nosotros mismos. No tengo duda.

La estupidez humana no tiene límites. Chile pareciera ser precursor en esto cuando el “hueveo” en nuestra forma de relacionarnos pareciera ser una cosa seria. Tan seria, que no serlo te deja fuera, como ahora, que reflexiono y me hago estas preguntas en hojas blancas, borrones, lápiz grafito que transcribiré a Word y que tal vez nadie leerá.

Hace una semana presencié con estupor en un canal alemán la noticia del cierre del Departamento de Educación de los Estados Unidos. Más que el cierre, mi furia estuvo en la bien pensada puesta en escena del decreto que se iba a firmar. La puesta en escena, televisada a los cinco continentes, fue repudiada por muchos y aplaudida por no tan pocos.

En un instante imaginé a Bart y a su padre Homero Simpson aplaudiendo la medida, fiel reflejo del ciudadano medio de los Estados Unidos, lo que me indigna tanto. Fue ver a Trump sentado en un pupitre de aula, flanqueado por niños y niñas latinas sentados en los mismos pupitres. Cuando Trump ingresa a la sala, les pregunta a los niños si el decreto que firmará se debe hacer, a lo que los niños responden en coro: ««. ¿Cuál es el mensaje final? Viene a mi cabeza la figura del filósofo canadiense, ¡ja!, canadiense, que paradoja: Marshall McLuhan (1911-1980): el medio es el mensaje. Veo en esta puesta la maldad sin límites de un sistema perverso. Simplemente está más allá de toda imaginación, de nuestra capacidad de cuestionar. ¿Por qué nadie puede detener esto?


Hay, además, tres clases de inteligencias: la primera comprende las cosas por sí mismas, la segunda es capaz de evaluar lo que el otro comprende, y la tercera no comprende ni por sí misma ni por medio de las demás. La primera es superior, la segunda excelente, la tercera inútil. (Maquiavelo, El príncipe, XXII)

La última vez que expuse en un seminario sobre «Gestión escolar,» comencé mi relato afirmando que teníamos el mejor sistema educativo del mundo. Hubo silencio, reprobación, cuchicheos … Sí, el mejor sistema, porque es profundamente funcional al modelo. Los administradores políticos del modelo se han encargado de que así sea. Que no compartamos la educación que tenemos en el país es otra cosa; es harina de otro costal. Los que hemos trabajado pensando en la educación tenemos claro desde el principio que esta no está desvinculada del poder; por lo tanto, actúa y dirige su tarea hacia la formación de personas funcionales a las demandas del poder de turno, lo que la convierte en una cuestión profundamente ideológica. Esto no lo sabe el padre o la madre que busca un colegio para su hija, que tiene como objetivo que la escuela esté sólo cerca del trayecto del trabajo a la casa.

Se les puede pedir a las personas de mi país que se nieguen a pertenecer a este capitalismo desmedido, salvaje y sin tiempo, cuando tenemos que pagar un dividendo, hacer compras en el supermercado o enfrentar un grave problema de salud. No, creo que no. Todo tiene un precio para continuar, incluso escribir. No sé si en un futuro podremos seguir respirando ese lado grandioso de la humanidad, ese lado donde se expresa el amor, la creatividad, la solidaridad y el pensamiento crítico. Soy pesimista; con el tiempo, se irá perfeccionando el lado estúpido de la humanidad. Continuaremos mirando en televisión y leyendo en los medios a seres humanos con tribuna que solo contribuyen a profundizar la miseria de otros. Pensarán que exagero, pero no, es el modelo a seguir: vacío, violento, bueno para «hueviar«, porque «hueviar» es una cosa seria en nuestro país. El “hueveo” se ha legitimado.

Me parece de una ingenuidad tremenda que nos volveremos más » cultos » con el paso del tiempo y gracias al acceso universal a la educación. La cuestión de fondo es que una sociedad de consumo exige ciudadanos consumidores, y para eso está la educación. Tampoco tenemos tiempo. Me conmueven las palabras del expresidente uruguayo Pepe Mujica en el documental «Human»: (2”:10”) …ya no tenemos tiempo. Estamos gastando tiempo de vida, porque cuando yo compro algo, o tú, no lo compras con dinero, lo compras con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener ese dineroPor sobre todas las cosas los seres humanos nos aferramos a la vida, y como ya no tenemos ese tiempo, las cartas de amor se las encargaremos a las I

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2 comments

Julio Hormazabal Castañeda. abril 4, 2025 - 2:59 pm

Como siempre es una mirada profunda,crítica y reflexiva,al menos quedan personas que con la razón y la pluma manifiestan su aentir

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Fabiola abril 10, 2025 - 12:27 pm

No eres un pedimista…para mí, un realista que no puede perder la esperanza.
La lucidez de tu crítica al sistema ya nos ayuda a no perdernos en el día a día. Mejor diciendo, con tus reflexiones nos atentamos a no perder la conciencia.
Gracias.

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